Allí estaba
abiertos los ojos
contemplando sin ver
el rostro del Amigo
oculto en los entresijos
de su alma aderezada
para el encuentro.

Como tejido por Penélope
había sufrido el hacerse y
deshacerse
en la espera del día
en el que no fuera necesario
ese juego que preservaba
la esperanza del regreso
del Amor primero.

Displicente a veces,
fingía desconocer la hermosura
de su alma, imagen de su Amigo.

Una especie de pudor
le impedía reconocer
la incomprensible bondad
que en él existía
a pesar
de su vida malograda.

Como una frágil rosa
se abría en su alma
la belleza de la verdad
que siempre llevó consigo
aunque
la desatendiera a veces
y algunas, premeditadamente,
pretendiera desconocer.

Atrás quedaba el tiempo
en el que le quemara
la derrota y jugara por ello
a parecer muerto
ya que sabía que su Amigo
no moriría jamás y
le tenía abierta una vía
para transfundirle su vida
en el momento mismo
en el que extendiera su mano
hacia Él.

Allí estaba él
con los ojos abiertos
pacificada su carne
recorrido por una sonrisa
de niño que despierta
de un sueño profundo.

Trémulo el corazón
como brisa de amanecer
percibía el vínculo virginal
del amor sagrado,
tan profundamente guardado,
que nada, ni nadie
había podido manchar.