En la mesa un mantel blanco.
Sobre ella una bandeja.
En una taza de loza antigua
un te rojo humea,
un olor fuerte acompaña
al vaho que se escapa
al escanciar el líquido de la tetera.
Me dispongo sin prisas
a degustar su aroma
antes de tomarlo.
El tiempo no cuenta
cuando el espacio no es otro
que el que evoca el corazón.
Momento que se eterniza y
recupera realidades imposibles
que hicieron en mí
como una fina piel que cubriese
los deseos no cumplidos de entonces.
No cambiaría estos momentos por nada.
A través de la ventana abierta
contemplo las acacias florecidas
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