La palabra del Señor no es excluyente pero si preferencial. Su amor entrañable por el débil y el pobre le lleva a ponerlos por delante. En una ocasión llegó a decir que los últimos son los primeros; todo lo contrario a como pensamos y nos comportamos los hombres.
El cuidado pastoral de Jesús es el del Padre por eso a los cansados y agobiados les propone compartir sus cargas para aligerar sus vidas.
Ante tantas tensiones como vivimos, Jesús, nos ofrece aprender de Él. Nos enseña que un corazón pacificado es el resultado de una vida sencilla. Insiste en que dejemos nuestras actitudes dominantes y vivamos las realidades cotidianas con humildad y mansedumbre, propias de quienes han superado sus deseos compulsivos de ser más.
Contemplar al Señor, para aprender de Él, es nuestra asignatura pendiente. Un creyente, siglos antes de que naciera Jesús, bendecía a Dios con toda su alma por la compasión y misericordia con la que se sentía tratado por Él.
“Bendice, alma mía, al Señor, y todo mi ser a su santo nombre. Bendice, alma mía, al Señor, y no olvides sus beneficios”
Profecía de Isaías (45, 6b-8.18.21)
“Yo soy el Señor, y no hay otro: artífice de la luz, creador de las tinieblas, autor de la paz, creador de la desgracia; yo, el Señor, hago todo esto.
Cielos, destilad el rocío; nubes, derramad al victoria; ábrase la tierra, y brote la salvación, y con ella germine la justicia; yo, el Señor, lo he creado”.
Yo soy el Señor, y no hay otro. No hay otro Dios fuera de mí. Yo soy un Dios justo y salvador, y no hay ninguno más. Volveos hacia mí para salvaros, confines de la tierra, pues yo soy Dios, y no hay otro.
Ante mí se doblará toda rodilla, por mí jurará toda lengua; dirán: “Sólo el Señor tiene la justicia y el poder”.
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