Camina la primavera a paso de gigante.
Estos días parece desterrada
por un verano incipiente.
La venida de la lluvia
ha despertado en mis adentros
esa mirada que contempla
el corazón de la realidad,
viendo en ella la verdad que encierra y
la belleza que aflora en el juego
de las cosas entre sí.
El viento del oeste trae consigo
nubes nimbadas cargadas de agua.
La arboleda del parque se encuentra feliz.
Algún magnolio este año
se ha atrevido a florecer y
el resto nos muestran sus verdes
más amables,
agradecidos por la humedad
con la que se ven regalados.
La lluvia lo empapa todo.
El viento pasajero mece y peina
la copa de los árboles
arrancando de sus arracimadas flores blancas
su dulce aroma
que se intensifica cuando se comen.
Veo por todos los rincones del cielo
relampaguear sin descanso.
La lluvia se intensifica
hasta mojar los troncos de los árboles.
El suelo se encharca,
haciendo difícil caminar con soltura.
Debemos pensar en volver a casa
antes de que se embarren los caminos.
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