La brisa dibujaba sobre el agua
perfiles de colores
reflejos animados
de álamos y fresnos
que en su quietud
contemplan desde la orilla
cruzar al remansado río.

Es hora en la que el sol brilla
en los adentros de las cosas
desvelando el ser misterioso
de las mismas.

Recuerdo un decir de san Bernardo
que el hermano Andrés me refiriera.
“En los bosques hallarás
más que en los libros
los ríos y las piedras te dirán
aquello que los maestros
nunca te podrán decir”.

Y es cierto.
El hombre curvado sobre sí
ha perdido el saber de la vida
más allá de su vida. 

Instrumentalizada la razón
ha vaciado su alma
compensando el hastío o hartazgo
de su vivir diario
dando suelta a sus pulsiones y
huyendo hacia delante
en una febril extroversión. 

Necesitamos volver e encontrarnos
en la humildad y sencillez del silencio
con Aquel que nos habita

Tiempo hace que aprendiera
que el silencio del corazón
es más que un ámbito de reposo
un estado de equilibrio emocional. 

No es algo que se hace
huyendo de los ruidos.
El silencio es el don de quienes buscan.
Al silencio se llega de la mano del deseo.
El silencio se te abre para que entres
desnudo de tus cosas y acojas la presencia
de Aquel que no necesita tus palabras