Del libro de la Sabiduría 1,13-15;2,23-24

Dios no hizo la muerte ni goza destruyendo los vivientes. Todo lo creó para que subsistiera; las criaturas del mundo son saludables: no hay en ellas veneno de muerte, ni el abismo impera en la tierra. Porque la justicia es inmortal. Dios creó al hombre para la inmortalidad y lo hizo a imagen de su propio ser; pero la muerte entró en el mundo por la envidia del diablo; y los de su partido pasarán por ella.

 

 RESPUESTA A LA PALABRA

El Libro de la Sabiduría nos propone una lectura positiva del hombre,
en cuanto viviente salido de las manos de Dios,
y señala el por qué de sus desgracias.

Recuerda lo que San Ireneo, cristiano de la tercera generación,
dice sobre el hombre y Dios:

“La gloria de Dios es que el hombre viva y la gloria del hombre está en que éste vea a Dios”.

Con una gran belleza el autor sagrado se adentra,
desde la experiencia de fracaso de la humanidad,
atravesada por el sufrimiento y la muerte,
en el relato de la creación,
que el libro del Génesis nos ha dejado como clave
para interpretar la realidad más íntima del hombre.

Dios no juega a dar y a quitar,
a llamar a la vida para dejar morir.
Dice el autor sagrado:

“Dios no hizo la muerte ni goza destruyendo los vivientes”.

Lo que ocurra después será consecuencia del desamor del Malo
que, en su soberbia y envidia,
ha introducido el aguijón de la muerte,
para trastocar el designio de amor de un Dios,
que ama al hombre antes de ser llamado a la vida.

Dios creó al hombre a su imagen,
en él ha dejado la impronta de su ser,
su vida imperecedera, su gloria inmortal.

El hombre es socio de Dios y partícipe,
desde la máxima libertad, de su vida.

En el hombre no hay más veneno de muerte
que el que pueda inocular el Malo,
por lo que es algo relativo y
como recuerda el libro de la Sabiduría,

“Las criaturas del mundo son saludables: no hay en ellas veneno de muerte, ni el abismo impera en la tierra”.

Siendo esto así, entendemos el papel que juega Jesús
en la vida de cada uno de nosotros.

Jesús devuelve la salud y la vida a quienes sufren
las consecuencias del Malo.

Quien sintiéndose disminuido en el caudal de vida recibido,
acude al Señor de la Vida,
con la confianza plena de que en Él está nuestra salud asegurada,
encuentra su plena salvación.

Es interesante ver con qué realismo narra
el evangelista san Marcos los dos milagros de Jesús,
que hoy leemos en su evangelio.

La salud y la vida se operan en el encuentro personal,
que llega al contacto físico por el que se transfunde la vida esperada.

La mujer, que no sólo sufre físicamente
por padecer una enfermedad que la desangra,
sino por las consecuencias de impureza que se derivan de ella.
Aquella mujer tiene la necesidad de tocar al Señor,
necesita, más que nada, que el Señor la purifique.
Quiere entrar en contacto con quien es la fuente de toda vida y
pone en juego toda su capacidad para lograrlo.

Por otro lado vemos cómo Jesús,
no sólo se informa sobre el estado de aquella niña,
“hija de Jairo”, enferma de muerte.

Jesús llegará hasta ella para cogerla de los pulsos y
devolverla a la vida,
como lo vemos en los iconos del oriente cristiano, en su muerte,
bajar hasta donde se encuentra Adán para sacarlo del sueño del olvido.

La fe supone no sólo saber de Dios.
La fe supone una proximidad real, que llega hasta tocarse,
hasta permanecer el uno en el otro.
La fe es una confianza de amor,
y el amor requiere presencia y cercanía.