Domingo de Ramos.
Tantas veces hemos celebrado el misterio de la muerte del Señor, que se nos ha hecho tan familiar como el cumpleaños de uno de nosotros.
Lo saldamos con una fiesta y todo sigue igual.
Sin embargo, nada seguiría igual si nos adentráramos en el significado de él.
La Semana Santa no debería ser una fiesta de interés turístico-cultural, sino el tiempo para adentrarse en el misterio de la vida más allá de esta vida, que aunque agradable para muchos es tan fugaz como el tiempo.
Estos días no sólo recordamos algo que aconteció.
Estos día hacemos memoria, hacemos realidad presente el amor que regenera la historia y hace del hombre, que nace para morir, un ser para la vida eterna.
Todo ello en base al Amor desbordado de Dios que muere para darnos vida.
No es fácil al hombre moderno adentrarse por estos derroteros, porque ha desechado el amor crucificado.
El texto del poema de Yahvé, que hemos proclamado, es la profecía, que san Pablo convierte, en la carta a los filipenses, en reflexión teológica y litúrgica.
Ambos describen la figura del Cristo en su descenso y ascenso.
La cruz es la exaltación. El fracaso es su victoria.
La Pasión es la historia del dolor más grande y el amor más fuerte, de la bondad más limpia y de la iniquidad más negra; la santidad y el pecado en sus límites extremos.
Si no sabemos introducirnos en el misterio del amor, penetremos en la cruz y ella nos enseñará lo que es amar.
Contemplar la pasión es contemplar el exceso del amor loco de Dios, que se entregó y se dejó entregar para que el hombre no tuviera que ser esclavo de sí, ni de nadie.
Los santos nos enseñan como aproximarnos al misterio de la cruz.
Francisco de Asís contempló tanto al Crucificado que se lo sabía de memoria:
cada signo, cada gesto, cada palabra, cada silencio, cada sentimiento.
Lo miraba con tanto amor que llegó a compenetrarse con El. Aprendió a sufrir, a callar, a perdonar, a despojarse de todo. Llegó a hacerse imagen viva y doliente de Cristo llagado.
El Crucificado es el Verbo Encarnado.
Misterio asombroso que Dios se abaje a la condición humana hasta el extremo.
No es de extrañar que tuviera que aprender a sufrir, como consecuencia de su ser amoroso y tierno.
Semana Santa es
- tiempo del amor sin más.
- tiempo para tomar conciencia de la inconsciencia en la que vivimos,
- por el olvido de la pasión real de Dios y, como consecuencia,
- el menosprecio de la vida del hombre que no nos interesa.
Veinte siglos después los hombres seguimos ignorando el amor. Vivimos nuestra feria de vanidades y seguimos dando muerte a Dios en los más débiles.
¿Cómo se entiende actualmente, la celebración cristiana de la pasión y muerte del Señor cuando a la vez se asiste impasible a la muerte de miles de inocentes, masacrados antes de nacer, o nacidos para morir víctimas de la violencia o del hambre?
Que en estos días se grabe a fuego en nuestro corazón el amor del crucificado y podamos como él amar a los demás.
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