Del evangelio de san Juan 10,27-30
En aquel tiempo, dijo Jesús: – «Mis ovejas escuchan mi voz, y yo las conozco, y ellas me siguen, y yo les doy la vida eterna; no perecerán para siempre, y nadie las arrebatará de mi mano. Mi Padre, que me las ha dado, supera a todos, y nadie puede arrebatarlas de la mano del Padre. Yo y el Padre somos uno.»
RESPUESTA A LA PALABRA
Cuando ponemos en tela de juicio quienes somos
y negamos el amor como origen y estructura
del hombre realizado,
nos encontramos con la Buena Noticia del Señor,
que viene a rescatarnos de la nueva Babel del pensamiento
que nos desgarra y divide.
Gozo del alma es escuchar a Jesús
reconociéndonos suyos.
El eco de su voz se ha hecho carne en nosotros
y nos destina a ser uno con Él,
como Él lo es con el Padre y el Espíritu.
Viva vida en el amor,
en el único y sólo amor que genera y regenera.
¿Cómo el amor no va a amar si no sabe de sí otra cosa?
Y la vida que Él entrega, ¿no será eternidad?
Sí es así, ¿qué puedo decir que soy?
¿qué puedo decir de Él?
¿Qué puedo pensar de mí después de escucharle a Él?.
¿Qué me mueve?
Pura relación de amor,
conciencia de mi ser profundo
enraizado en el Ser primero.
Bendita la relación nacida del primigenio amante,
hontanar de dicha.
Jesús y el Padre,
Jesús y yo,
Nosotros y Jesús,
El Padre, Jesús y nosotros.
Relación sustentada en el más puro beneplácito
del Padre, de Jesús y nuestro,
porque todo es gracia donada y recibida.
Porque somos en realidad lo que la otra persona nos lega,
lo que los demás nos hacen.
Constituidos por Él y para él, y para los demás.