Del libro del Cantar de los cantares 2, 8-14
Confieso
como el viejo orante:
“Oigo en mi corazón:
Buscad mi Rostro.
Tu Rostro buscaré
Señor
Dios mío.
No me ocultes
tu Rostro”
No puede ser de otro modo.
El amor
busca al amor y
no deja de buscar
hasta que con él
se encuentra.
Oigo que
mi amado llega y
mi corazón
se estremece y
brinca
buscando un portillo
por donde escapar
a su encuentro.
Si él viene en mi busca
¿cómo permanecer
inactivo
cuando mi deseo
arde por abrazarle?
Nada puede apagar
el ardor
de su presencia-ausente.
Mi alma ya no vive en mí
huyó con él y
en vigilia permanece
esperando el amanecer
que le pueda ver
oteando
la casa vacía
que lo pueda escuchar
detrás de la puerta
abriendo el postigo
que me pueda decir
su secreto misterio
ahora que ha pasado
el invierno y
se alejaron
los cierzos
que impedían que
saliese en su busca.
No existe deseo
más grande
que la comunión de vida
que procede del amor-vivo
de quien te ama.
Impenetrable enigma
el de la vida
que acaricia
la presencia del amado
desde la ausencia
del mismo.
Poción de amor
que subyace oculto
en el hondón silente
en el que fueron
vertidos los secretos y
misterios
del primer encuentro.
Para compartir esta historia, elija cualquier plataforma
Deje su comentario
Usted debe estar identificado para comentar