Estamos aquí porque el amor nos emplaza
para escuchar esa vieja palabra
cargada de verdad
que nos descubrió
de los entresijos de nuestro ser,
quienes somos y sobre todo
que hay en ellos,
para que fuésemos llamados
aquí y ahora
en medio de un mundo viejo,
que por todo anhelo,
busca mantener lo establecido,
sin atreverse a plantear la verdad
de quienes somos
y a superar el pulso errado
al que nos tiene sometido
nuestra cultura despersonalizada.
No hemos sido llamados para chapotear
en el lodazal de una sociedad sin corazón,
esculpida
sin ojos para percibir
la gratuidad de la belleza,
de brazos caídos
que imposibilitan abrazar al hermano y
de labios ardorosos para besar
a quienes esperan una muestra de cariño..
Debemos volver a mirar a Dios cara a cara
para poder de nuevo
ver a los demás como hermanos.
La alegría del Evangelio
es la alegría de una fraternidad que ya existe y, que por lo
tanto, hay que liberar,
hay que vivir mostrándosela a los demás
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