Finalizada la Cuaresma y con ella
a la invitación al ayuno,
el Autillo nos da su parecer:

Sin olvidar nuestra realidad personal individualizada,
sabemos que somos sustancialmente
lo que nos aporta nuestro mundo
de relaciones con los demás,
y entre los demás,
primero que reconocemos es al Señor.
¿De quién es mi corazón?
¿De qué rebosa?.
Lo podemos ver si observamos de qué se alimenta.
Dicen los chinos que una taza,
para llenarla de te,
antes debe de estar vacía.

El ayuno nos conduce a libertad
del corazón y de la mente.
Nos libera de los apegos terrenales y
de las cosas que nos atan:
caprichos, gustos, excesivo auto-cuidado.
Y, sobre todo, elimina los excesos de nuestra vida
a fin de hacer más espacio para Dios.
Santa Teresa escribe:
«Este cuerpo nuestro tiene una falta,
que mientras más le regalan, más necesidades descubre»

Y es cierto. Lo sabemos por propia experiencia.
Nuestro yo multiplica necesidades
en la medida que las satisface
las multiplica en cantidad y en intensidad.

Cada necesidad satisfecha,
es un escalón más que se sube
en la afirmación egoísta de sí mismo.
Es claro que aquello que nos permitimos hoy,
eso mismo nos condicionará mañana.

No nos debe extrañar pues,
en un planteamiento de vida serio,
se nos proponga la austeridad como medio,
y digo austeridad, porque actualmente,
el ayuno lo debemos trasladar a otras realidades
que nos aprisionan y nos impiden crecer
como personas libres y dueñas de sí.

 San Juan Crisóstomo nos ayuda a penetra la realidad del mismo:

       El valor del ayuno consiste no sólo en evitar ciertas comidas, sino en renunciar a todas las actitudes, pensamientos y deseos pecaminosos.

Además de ayunar con tu boca, debes de ayunar de no decir nada que haga mal a otro. Pues ¿de qué te sirve no comer carne, si devoras a tu hermano