Del libro del profeta Isaías 42, 1-4. 6-7

Así dice el Señor: «Mirad a mi siervo, a quien sostengo; mi elegido, a quien prefiero. Sobre él he puesto mi espíritu, para que traiga el derecho a las naciones. No gritará, no clamará, no voceará por las calles. La caña cascada no la quebrará, el pabilo vacilante no lo apagará. Promoverá fielmente el derecho, no vacilará ni se quebrará, hasta implantar el derecho en la tierra, y sus leyes que esperan las islas. Yo, el Señor, te he llamado con justicia, te he cogido de la mano, te he formado, y te he hecho alianza de un pueblo, luz de las naciones. Para que abras los ojos de los ciegos, saques a los cautivos de la prisión, y de la mazmorra a los que habitan las tinieblas.»

 

 BAUTISMO DE JESÚS.

El bautismo es el signo exterior de una experiencia inte­rior: la de nacer a un mundo nuevo, fruto de la voluntad de Dios.

El bautismo de Jesús es una nueva epifanía, una nueva manifestación de Dios, ahora manifestado como Siervo, como Hijo.

Puesto el último de la fila, se sumerge en la fosa del Jordán para cargar con los pecados de los hombres.

La actitud de Jesús choca con la mentalidad de nuestro mundo que busca sobre todo la autoafirmación, la negación de toda dependencia.

Con la mentalidad modernista es imposible acoger plenamente a Jesús como nos lo presentan la Escrituras Santas.

Por una parte aparece como dependiente del Padre, prolongando su amor, realizando su designio sin proponer nada distinto.

Por otra, lo vemos como el hombre volcado enteramente a los demás. No piensa en sí, su voluntad es llegar hasta donde el hombre le lleve.

No hay oposición entre estas dos entregas de Jesús, porque la voluntad del Padre es que se entregue a los hombres, y él sabe que ha venido para tendernos su mano libera­do­ra.

Queda claro que Jesús fue bautizado y ungido por el Espíri­tu para volcarse en su amor sobre las dolencias humanas.

Isaías nos muestra la realidad de todo creyente autentificado por el Espíritu. Hechura de Dios. Servidor de sus hermanos.

“Yo, el Señor, te he llamado con justicia, te he tomado de la mano, te he formado y te he hecho luz de las naciones. Para que abras los ojos a los ciegos, saques a los cautivos de la prisión, y de la mazmorra a los que habitan en tinieblas” Is 42,6-7

Nosotros también estamos bautizados en el Espíritu. Nuestra misión primera, después de reconocernos como hijos de Dios, es prolongar la acción misericordiosa y servicial de Jesús.

La actitud del bautizado es la de aquel que sabe que su vida está referida a los demás. Es la de aquel, que ante la necesidad de los otros no se pregunta: ¿Que consecuencias puede tener para mí? sino ¿Qué consecuencias, que puede ocurrir a estos hombres si me inhibo y no ayudo? ¿Qué les pasará si les abandono?

Una pregunta para todos:

¿Cómo se las valdrá, hoy, Dios Padre, si no hay quienes, como Jesús, hagan posible la presencia de su amor de forma efectiva y afectiva.