Del evangelio de san Juan 13, 16-20

Cuando Jesús acabó de lavar los pies a sus discípulos, les dijo:  «Os aseguro, el criado no es más que su amo, ni el enviado es más que el que lo envía. Puesto que sabéis esto, dichosos vosotros si lo ponéis en práctica. No lo digo por todos vosotros; yo sé bien a quiénes he elegido, pero tiene que cumplirse la Escritura: “El que compartía mi pan me ha traicionado.” Os lo digo ahora, antes de que suceda, para que cuando suceda creáis que yo soy. Os lo aseguro: El que recibe a mi enviado me recibe a mí; y el que a mí me recibe, recibe al que me ha enviado.»

 

RESPUESTA A LA PALABRA

Todo desamor despierta la tristeza,
la traición del amigo revienta el corazón y
derrama el alma.
¿Qué mueve al hombre para que olvide
la consustancialidad del amor?

Si el corazón del uno
descansa en el corazón del otro
y ambos se han concertado porque sí,
¿de dónde le viene, entonces,
negar lo que en ellos había de amor?

Que te menosprecie el desconocido,
que te odie el enemigo,
que te olvide al que nada le importaste,
duele, pero tiene pase.

Pero que te traicione el que come el pan de tu mesa,
te mancille quien todo lo recibió de ti,
te condene aquél a quien antes habías redimido,
no sólo duele.
Encenaga el corazón,
colma de hiel el alma,
vulnera la vida.  

¿Cuánto perdón necesita
quien malversa el amor de un amigo
y tuerce su camino sin más?

El corazón vulnerado del Amigo
resiste la prueba y
sigue amando.
No puede menos que amar,
una vez que se decidió a ello.

Pobre traidor, que no sabe que,
a pesar de todo,
su Amigo sigue siéndole fiel.