Del evangelio de san Lucas 21, 12-19

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: “Os echarán mano, os perseguirán, estregándoos a las sinagogas y a la cárcel, y os harán comparecer ante reyes y gobernadores por causa mía. Así tendréis ocasión de dar testimonio. Haced propósito de no preparar vuestra defensa, porque yo os daré palabras y sabiduría a las que no podrá hacer frente ni contradecir ningún adversario vuestro. Y hasta vuestros padres, y parientes, y hermanos, y amigos os traicionarán, y matarán a algunos de vosotros, y todos os odiarán por causa mía. Pero ni un cabello de vuestra cabeza perecerá; con vuestra perseverancia salvaréis vuestras almas.”

 

RESPUESTA A LA PALABRA

No podemos decir que este evangelio no se haya cumplido.
Muchos han sido los momentos de la historia, lo es también ahora,
en el que el seguimiento de Jesús ha llevado al martirio.

No pocas veces soslayamos esta realidad
en nuestra presentación del mensaje de Jesús
y, sin embargo, no deja de estar presente en ningún momento
de la vida del cristiano que no escamotee la cruz del mismo.

El cristiano que se deja conducir por el amor,
que no entrega su corazón más que a Dios,
que no acepta otro señorío que el de Jesús,
y por lo tanto no vive instalado en una religiosidad
políticamente correcta, se convierte sin querer
en la conciencia pública de un mundo adormecido,
que ha entregado su corazón a los ídolos,
llámense dinero, poder, sexo o ideología.

La persecución sufrida por los cristianos se reviste de distinto ropaje.
En algunos casos puede que llegue a la sangre,
en otros, atenta contra derechos fundamentales de la persona y,
en muchos, la presión de los valores materialista,
en los que vive sumida la sociedad, empujan al cristiano
a la marginalidad de la misma.

En los primeros siglos, muchos cristianos fueron perseguidos
hasta la muerte, su identificación con el Señor
les llevaba a entregar, desde la máxima libertad,
su vida por Él y por la causa del Evangelio.

Después, cuando la Iglesia es reconocida y aceptada
como parte de la sociedad, descubre otro modo de persecución,
que llega hasta nuestros días:
La pretensión de ser asimilada por la cultura dominante
y los poderes mediáticos de cada momento.
Con una diferencia notable.
Si son temibles las persecuciones a sangre,
lo son mucho más las que no atentan contra la vida,
sino contra los valores esenciales del Evangelio. 
La primera tiene un efecto benéfico:

“La sangre de los mártires es semilla de cristianos”.

Mientras que los efectos de la segunda son letales,
porque adormecen la conciencia del cristiano
devaluando su fe, y por tanto su incidencia en el mundo.

Ya Jesús nos advierte,
que no temamos al que atenta contra nuestra vida,
sino a aquél que pretenda robarnos el alma.

No hace falta una reflexión sesuda para darnos cuenta de que es así.
En nuestro tiempo, tiempo de apostasía generalizada,
permanecer firmes en el seguimiento de Jesús,
identificándonos con Él, supone nadar a contracorriente.
Sin embargo, ahí está la prueba de la autenticidad de nuestra fe,
que liberada de las presiones internas y externas,
nos lleva a decir con san Pablo:

“Yo soy lo que soy, porque Cristo vive en mí”