Una ráfaga de nostalgia recorre mi cuerpo.
No puedo negar lo emparentado
que estoy con la naturaleza.
Las tarde comienzan a acortarse.
Apenas quedan ya vencejos
entre nosotros.
Han comenzado la vuelta
a sus cuarteles de invierno.
Las golondrinas,
que tardan unos días más
en reunirse para emigrar,
ya las vemos en grandes grupos
sobre los alambres del tendido eléctrico.
Nuestros cielo quedan vacíos y
nuestras plazas silenciosas.
Que distinto es mirar ahora
sobre nuestras cabezas.
Monótono azul y conjuntos de nubes
que anuncian el otoño de inmediato.
Es preciso visitar la huerta
donde la vida no se detiene
para ver el colorido de los frutales
que han llegado a su sazón,
a los abejorros y algunas mariposas
danzando sobre los deseados frutos.
Sin olvidar a los tordos
que ya en grandes bandadas
se preparan para emigrar al sur
pero antes se aprovisionan allí
donde saben que hay comida
en abundancia.
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