1Tesalonicenses 5,1-6

En lo referente al tiempo y las circunstancias no necesitáis, hermanos, que os escriba. Sabéis perfectamente que el día del Señor llegará como un ladrón en la noche. Cuando estén diciendo: “Paz y seguridad”, entonces, de improviso, les sobrevendrá la ruina, como los dolores de parto a la que está encinta, y no podrán escapar. Pero vosotros, hermanos, no vivís en tinieblas, para que ese día no os sorprenda como un ladrón, porque todos sois hijos de la luz e hijos del día; no lo sois de la noche ni de las tinieblas. Así, pues, no durmamos como los demás, sino estemos vigilantes y despejados.

 

RESPUESTA A LA PALABRA

Los textos de hoy nos adentran en el sentido último
de nuestra vida cristiana: El encuentro definitivo con Dios,
al que estamos llamados desde el mismo momento
en el que se nos concedió la vida.
En cuanto al tiempo y a las circunstancias,
siguiendo el decir del Señor,
san Pablo no tiene nada que aportar.
Sí advierte del modo de vivir, los dones recibidos, y el don mismo de la vida.

Si el día del Señor lo desconocemos y no queremos que nos sorprenda
como ladrón en la noche, debemos permanecer atentos,
dejándonos iluminar en todo momento por la luz de la verdad
procedente de Dios.

No dejan de ser esclarecedores los binomios
sueño-maldad y luz-bondad.

San Pablo nos dice que no podemos vivir dormidos como los malos.
Si el sueño sitúa al hombre en las sombras de mal
y le impide discernir a la luz de la verdad,
el hombre despierto está preparado para actuar,
consciente y libremente, el bien que percibe en sí y en los otros.

La experiencia nos dice que quien vive ofuscado,
instalado en la pereza, se cierra y cierra el camino del bien.
Por ello es preciso que vivamos despiertos, vigilantes, sobrios.
San Pablo nos invita a caminar como peregrinos,
a no dejarnos seducir por las cosas.
Cuidad, nos dice, no echar raíces que os impidan caminar
hasta alcanzar la meta deseada.

A su vez, el Evangelio de hoy nos sitúa en el contenido
de esta actitud despierta.
Al final de nuestra vida seremos juzgados “sobre el amor”.
La parábola de los dones y el uso que se hizo de ellos, habla por sí sola.

Dios nos ha dado a cada uno aquello con lo que realizar
nuestra vida de un modo positivo,
en medio de un mundo al que servir.

Responsable de lo recibido y de lo que hace con ello,
es el receptor de los dones.

Volvemos a la experiencia para constatar las conductas distintas
que se dan en los hombres.
Mientras que unos ponen en juego, para bien, esos dones recibidos,
otros se limitan a retenerlos o a dilapidarlos.

El evangelio nos recuerda que al final, cada uno,
dará cuentas de ellos en presencia de Dios.

Pero no será Él quien nos juzgue.
Serán nuestras propias obras, iluminadas por su luz,
las que nos descubran la realidad que hemos construido
a lo largo de nuestra vida.

Dios no puede cubrir con un tupido velo la verdad de cada uno.
Dios es misericordia infinita, pero no puede ir contra la realidad
que Él mismo ha creado.

El hombre libre y responsable tiene conciencia del valor de sus actos
y hasta dónde inciden en su vida y en la vida de los demás.

Es muy importante no equivocar las cosas.
Dios no juzga y menos aún condena.
Dios derrama su luz para que todo se ilumine,
y se vea el por qué y el para qué de todas las acciones.

El juicio será juicio de la verdad.
No habrá ocasión de defenderse porque nadie atacará.
La luz iluminará la realidad y ella será la que juzgue.