Esta mañana buscando
un libro en mi librería
me he encontrado con una carpeta
en la que conservo
una serie de Cartas de Gilbert,
un antiguo amigo,
que datan del año 98 y
unas reflexiones suyas
sobre Cuaresma y Pascua
de ese mismo año.
Hombre profundamente espiritual,
de alma contemplativa,
escribe en una de ellas
refiriéndose a la palabras de Jesús:
“He venido a traen fuego a la tierra”
La mínima investigación revela,
si no me equivoco,
que el fuego solar
es la fuerza motriz de este planeta.
El fuego es energía capaz
tanto de producir vida abundante
como destruirla.
La tierra vibra sin cesar
bajo el influjo del fuego,
una veces tan delicado
que es capaz de dar color
a los pétalos de una flor o
a las alas de una mariposa,
otras tan devastador…
capaz de consumir los bosque y
las montañas.
Sin embargo,
hay otro fuego
que el fuego de la naturaleza
no es más que un símbolo.
De ese es del que habla Jesús,
el fuego del amor divino.
La oración debería mantenernos
expuestos a ese fuego
que revela nuestras impurezas
sin darnos tregua alguna y,
si lo deseamos en serio,
nos irá transformando poco a poco
hasta convertirnos también en fuego,
la fuerza más poderosa de la tierra.
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