Le preguntaron a un anciano qué tiempo consideraba el mejor; sin tardar, dijo: – El mejor tiempo es el de Dios. Como la respuesta no satisfizo a su visitante, después de mirarle a los ojos, siguió diciendo: -el mejor tiempo es el que Dios nos otorga en cada instante. El mejor tiempo que tenemos es este.

Este anciano puede ser cualquiera de nosotros si, después de haber vivido como dueños del tiempo y de la vida, acogemos la vida como gracia y el tiempo como parte de la eternidad, en la que ya nos movemos.

Alguno puede pensar que esto que digo, es literatura sin más, porque si mira a su alrededor se encuentra con personas que viven quemando etapas, consumiendo vida, sin ser conscientes de que se han instalado en una carrera hacia la muerte; otros quieren dominar la vida programándola y sometiéndola a las necesidades creadas por ellos mismos, sin aceptar el juego libre de otras voluntades; también se encuentran con quienes, en base a un futuro de diseño, reducen la vida a puro medio, sirviéndose de ella para alcanzar su fin.

Pero volvamos a la sabiduría de las Escrituras Santas, que en este tiempo de Adviento, avivan los deseos profundos de nuestro corazón. Adviento es el tiempo del hombre que sabe que el pasado permanece en él; que en el hondón de su corazón late toda la vida que antecede a ese momento. Lo mismo que sabe que el futuro lo está gestando en las acciones y acontecimientos que lo acompañan, por eso no rechaza ni hipoteca la vida regalada.

Los cristianos estamos llamados a discernir el tiempo como valor esencial, como lugar de encuentro del proyecto de Dios del que formamos parte y que va más allá de nuestro horizonte limitado.

Jesús, el Señor, ha hecho del tiempo eternidad; su carne acoge y redime la vida de cada hombre, injertando en su finitud la vida divina. ¿Cómo saber esto y no amar la vida?.

Señor, danos un corazón sabio para vencer la tentación de apropiarnos la vida limitándola a la muerte; que tu presencia nos lleve a amarnos como Tú nos amas, para gozar ya de ti como hontanar eterno de nuestra existencia regalada.

Profecía de Isaías(48,17-19)

Así dice el Señor, tu redentor, el Santo de Israel: «yo, el Señor, tu Dios, te enseño para tu bien, te guío por el camino que sigues. Si hubieras atendido a mis mandatos, sería tu paz como un río, tu justicia como las olas del mar; tu progenie sería corno arena, como sus granos, los vástagos de tus entrañas; tu nombre no sería aniquilado ni destruido ante mí.»

El mejor tiempo es el de Dios

Profeta del desierto, vigía del amanecer
que alertas al pueblo
y anuncias el final del destierro.

Tu desatino se acaba, dice el Señor,
el tiempo perdido lo ganarás con creces,
porque el camino que sigues
lleva tu corazón al mío
y en él descubres tu verdadero nombre.

La paz correrá entre nosotros como río
en tiempo de crecida
cuando se aproxima al mar,
será como el sol que alumbra con su luz
la verdad de cada cosa;
y vuestros hijos
como renuevos de olivo,
nacidos del viejo tronco,
elevarán sus brazos al cielo
bendiciendo a la tierra con su aceite.

Yo, el Señor, te amo”