Del evangelio de san Lucas 13,18-21
En aquel tiempo, decía Jesús: “¿A qué se parece el reino de Dios? ¿A qué lo compararé? Se parece a un grano de mostaza que un hombre toma y siembra en su huerto; crece, se hace un arbusto y los pájaros anidan en sus ramas.” Y añadió: “¿A qué compararé el reino de Dios? Se parece a la levadura que una mujer toma y mete en tres medidas de harina, hasta que todo fermenta.”
RESPUESTA A LA PALABRA
Contemplando el texto que nos ofrece san Lucas,
veo el tiempo que perdemos, no pocas veces,
cuando pensamos sobre “las cosas de Dios”.
Jesús tiene la audacia de simplificar las verdades más grandes.
Dejando a un lado la teoría y la lógica recortada de la que nos servimos,
nos abre a la pequeña verdad de las cosas.
¿Cómo explicar lo inexplicable?
¿Qué decir del Reinado de Dios en un mundo descreído?.
Quienes creemos que Dios se mueve en la espesura de la historia y
ha asumido la condición humana sin remilgo alguno,
pensamos, como santa Teresa, que Dios, muy bien
puede andar entre los pucheros,
dejándose conocer en las circunstancias y acontecimientos
más sencillos de nuestra vida.
Dice Jesús:
“¿A qué se parece el reino de Dios?
Se parece a un grano de mostaza
¿A qué compararé el reino de Dios?
Se parece a la levadura”
Un buen racionalista o pensador,
dado a analizar la realidad fuera de ella,
vería estas respuestas simplistas y sin argumentar.
Para alguien que vive en la realidad de los pucheros,
y tiene conciencia de que el corazón tiene razones
que la razón no tiene,
puede muy bien entender, que el milagro de la vida y del amor,
que camina hacia su máxima plenitud,
se esconde en la pequeñez de una semilla y
en el corazón de una pizca de levadura.
Dice el H. Roger en su libro “Florecerán tus desiertos”:
¡Elegir a Cristo! Él nos coloca en ante una alternativa: “El que quiera salvar su vida la perderá, el que de su vida por amar hacia mí, la encontrará.” Pero Él no impone la elección. Deja a cada uno la libertad de escogerle o rechazarle. Él no obliga jamás. Simplemente, desde hace dos mil años, manso y humilde de corazón, permanece a la puerta de todo corazón humano y llama: “¿Me amas?”
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