Del evangelio de san Marcos 8,34 – 9,1

«Y llamando a la gente a que se reuniera con sus discípulos, les dijo: El que quiera venirse conmigo, que reniegue de sí mismo, que cargue con su cruz y entonces me siga. Porque si uno quiere salvar su vida, la perderá; en cambio, el que pierda su vida por mí y por la buena noticia, la salvará. Y luego, ¿de qué le sirve a uno ganar el mundo entero, si le falta la vida? Pues ¿qué podrá dar para recobrarla? Además, si uno se avergüenza de mí y de mis palabras entre la gente ésa, idólatra y pecadora, también el Hijo del hombre se avergonzará de él cuando venga con la gloria de su Padre.»

 

RESPUESTA A LA PALABRA

Teófanes el Recluso, obispo, se preguntaba.
“Si salimos de nosotros mismos, ¿a quién encontramos?”,
y se respondía: “Encontramos a Dios y al prójimo”.

En realidad, lo que estaba diciendo es que el hombre
encerrado en sí mismo no tiene futuro.
El centro de gravedad de nuestra vida no está en nosotros,
sino en Jesús, el Cristo.

La renuncia a la autoafirmación está en la raíz del seguimiento,
de manera que aquel que acepte seguir a Jesús,
tiene que cargar con la cruz,
que supone la lucha contra el amor propio,
desencadenante de todo un cortejo de actitudes,
de búsquedas interesadas y rompedoras con los demás.

La verdad es que las palabras del evangelio,
en sí mismas consideradas,
describen la realidad de todo hombre en su devenir histórico.

Puede con esfuerzo ganar mucho,
conseguir un cierto estatus social y económico,
puede compensar su afectividad a través
de ciertas relaciones con los demás,
pero todo ello será parcial y provisional.

Al final, todo ello está llamado a desvanecerse antes o después.
Entonces surge la pregunta de si ha compensado
tanto esfuerzo
para terminar experimentando la pobreza mayor del hombre,
expresada en la ausencia de un amor definido:
“¿de qué le sirve a uno ganar el mundo entero, si le falta la vida?”.

No proclama el Señor la negación por la negación,
sino como camino para alcanzar el Todo al que estamos llamados.
San Juan de la Cruz lo expresa cabalmente en “Monte de perfección”:

Para venir a gustarlo todo
no quieras tener gusto en nada.
Para venir a saberlo todo
no quieras saber algo de nada.
Para venir a poseerlo todo
no quieras poseer algo en anda.
Para venir a serlo todo
no quieras ser algo en nada,

Y en la IV grupo de sentencias, dice:

En esta desnudez halla
el Espíritu su descanso,
porque no codiciando nada,
nada le fatiga hacia arriba,
y nada le oprime abajo
porque está en el centro
de su humanidad.