Del evangelio de san Mateo 13, 47-53

En aquel tiempo, dijo Jesús a la gente: «El reino de los cielos se parece también a la red que echan en el mar y recoge toda clase de peces: cuando está llena, la arrastran a la orilla, se sientan, y reúnen los buenos en cestos y los malos los tiran. Lo mismo sucederá al final del tiempo: saldrán los ángeles, separarán a los malos de los buenos y los echarán al horno encendido. Allí será el llanto y el rechinar de dientes. ¿Entendéis bien todo esto?» Ellos les contestaron: «Sí.» Él les dijo: «Ya veis, un escriba que entiende del reino de los cielos es como un padre de familia que va sacando del arca lo nuevo y lo antiguo. » Cuando Jesús acabó estas parábolas, partió de allí.

 

RESPUESTA A LA PALABRA

Nos encontramos con una nueva parábola
que incide en la distinción que existe
entre aquellos que han abierto su corazón a la verdad y
la palabra de Dios les ha ido troquelando su vida,
hasta dejar que aparezca en ellos la imagen de Dios,
velada siempre,
pero cargada de amor que espera.

Y aquellos otros que atrapados
por un sistema de pensamiento materialista
han expulsado a Dios de la sociedad, y
aunque publiquen la dignidad de todo hombre,
luego no les importa utilizarlo como medio
para alcanzar los fines que se proponen.

Esta distinción, mientras vivimos, no es definitiva.
Por ello no sería justo encasillar a nadie
pensando que ya está determinado para siempre.
La verdad puede abrirse paso
en el corazón de la persona y
llevado de su libertad, llegue a rectificar su vida.
También, por el contrario,
quienes caminan rectamente
no tienen asegurado su final,
desde el momento en el que, siendo libres,
pueden dejarse seducir por lo que es engañoso,
malogrando así su trayectoria.

El evangelio nos habla de que la distinción
tendrá lugar al final de los tiempos y
es al Señor a quien le corresponde ratificarla.
Sólo cuando lleguemos al final de la vida
seremos aquello en lo que nos hayamos convertido,
gracias a nuestras decisiones personales.