Del evangelio de san Lucas 21,5-11

En aquel tiempo, algunos ponderaban la belleza del templo, por la calidad de la piedra y los exvotos. Jesús les dijo: “Esto que contempláis, llegará un día en que no quedará piedra sobre piedra: todo será destruido.” Ellos le preguntaron: “Maestro, ¿cuándo va a ser eso?, ¿y cuál será la señal de que todo eso está para suceder?” Él contestó: “Cuidado con que nadie os engañe. Porque muchos vendrán usurpando mi nombre, diciendo: “Yo soy”, o bien “El momento está cerca”; no vayáis tras ellos. Cuando oigáis noticias de guerras y de revoluciones, no tengáis pánico. Porque eso tiene que ocurrir primero, pero el final no vendrá en seguida. Luego les dijo: “Se alzará pueblo contra pueblo y reino contra reino, habrá grandes terremotos, y en diversos países epidemias y hambre. Habrá también espantos y grandes signos en el cielo.”

RESPUESTA A LA PALABRA

Me sugiere este texto de san Lucas otro momento, importantísimo,
en la historia del Templo.
Narra también Lucas, cómo en el momento de la muerte de Jesús,
el velo del templo, que guardaba el secreto de la Gloria de Dios,
“se rasgó por medio”,
dejándonos ver que a partir de ese momento,
será en la Cruz el lugar donde se exprese todo el amor loco de Dios,
donde en la carne del crucificado,
debamos contemplar la Gloria y el Poder de Dios-Entregado.

Dios se deja encontrar en la carne del hombre.
Quiso Dios, en la locura de su amor, hacerse hombre,
tomar la condición humana,
para que así pudiéramos compartir con Él vida divina.
San Ireneo (siglo II) llega a decir:
“La vida en el hombre es la gloria de Dios,
la vida del hombre es la visión de Dios.”
o lo que es loo mismo:“
La gloria de Dios es el hombre vivo;
la vida del hombres es contemplar a Dios”.

El cuerpo del amor resucitado desplaza el interés del Templo,
que hasta entonces era el lugar de encuentro del hombre con Dios.

El Tiempo de la Promesa,
la “Hora Esperada”, encuentra su cumplimiento,
no en la destrucción del Templo de Jerusalén,
sino en al Cruz.
Jesús había anunciado antes de que aconteciera:

“Destruir este templo mío y en tres días lo levantaré… Se refería, dice el evangelista, a su cuerpo… Y cuando resucitó de entre los muertos, los discípulos se acordaron de que lo había dicho”.

Pero no sólo se nos presenta la ocasión de contemplar
a Dios en la humanidad de Jesús,
sino también que lo contemplemos en nosotros mismos y en los demás.

Con razón, quiere Jesús que relativicemos todas las cosas
por importantes que nos parezcan.
Todas las cosas tienen un final, por maravillosas y
significativas que sean.
Sólo el hombre es digno de eternizarse,
porque sólo él es amado con el mismo amor del Hijo de Dios.

Cuándo y cómo acontecerá el final de la historia
para cada uno de nosotros y para toda la humanidad en su conjunto,
no es algo que nos deba preocupar.
Sí, y mucho, nos debe interesar cuál es el camino
para que, destruido nuestro cuerpo, templo temporal,
seamos levantados como el Señor,
para vivir con Él y junto a Él en el gran templo de Dios,
no levantado por manos humanas,
y preparado para nosotros antes de haber sido llamados a la existencia.