En la naturaleza todo es ritmo y
cadencia,
la realidad trascurre
con cierta regularidad.
Todo, también los hombres,
venimos y nos  vamos
semejantes a la primavera.
La vida se puede prolongar
pero tiene un tiempo preciso.
Los ríos pueden surcar
grandes espacios
pero su destino es desembocar
en otras aguas que lo acogen
con todo lo que arrastran.
Una libélula
con su vuelo entrecortado
roza el agua del estanque y
se marcha por encima de los juncos,
una mariposa se detiene
sobre una margarita blanca
chupa el néctar de la flor y
prosigue su ondulante vuelo.

Las hierbas del camino
crecen sin tener en cuenta al hombre.
Los manzanos no adelantan
la madurez de su fruto
porque esperemos debajo de ellos.
El tiempo marca el devenir de la vida
ennombleciendo
nuestros deseos primarios
cuando nos ajustamos a la cadencia
de la simplicidad de la naturaleza
de la que formamos parte.
Vivir en una eterna primavera es imposible.
La dureza del estío y
el imprevisible otoño
nos maduran como otro fruto más
de esta vida.