Del profeta Isaías 55,10-11

Así dice el Señor: “Como bajan la lluvia y la nieve del cielo, y no vuelven allá sino después de empapar la tierra, de fecundarla y hacerla germinar, para que dé semilla al sembrador y pan al que come, así será mi palabra, que sale de mi boca: no volverá a mí vacía, sino que hará mi voluntad y cumplirá mi encargo.”

RESPUESTA A LA PALABRA

Cristo Jesús, Palabra del Padre,
realiza plenamente la profecía de Isaías.
Desciende del Padre como lluvia que atempera la tierra
calcinada por el pecado, y hace posible que la semilla
depositada en lo más cerrado del corazón del hombre
germine en pan para la vida.

Jesús, el Señor, en su descenso no se detiene
ni siquiera ante el infierno, hasta tocar la vida de todos,
para depositar en ella la Vida Nueva que trae del Padre.

Viene para volver, pero no la hará hasta cumplir
plenamente su misión.

Su bajada hasta nosotros tiene la medida del amor,
por lo tanto no tiene medida alguna,
carece de cálculo y está abierta consecuentemente
a cualquier actitud, por abyecta que ésta que sea .

Su amor a nosotros le llevará hasta el lugar
en donde nos encontremos,

aunque ese lugar sea el infierno,
donde el hombre permanece escondido,
imposibilitado para dar la cara y mirar a los ojos de quien le ama.

Jesús nos busca en las cruces a las que estamos cosidos
por nuestros pecados,
y en las que vivimos desvividos por nuestras contradicciones.

Sólo cuando consiga vencer al Malo que nos encadena,
habrá terminado su misión y podrá volver con nosotros a su origen.
El triunfo del Señor es nuestro triunfo.
Unidos a Él sorteamos los escollos de la muerte,
y en Él fructificamos para la Vida.

Ojalá nos dejemos encontrar por Él,
y nos unzamos a su Cruz para ser liberados de las nuestras.