Del evangelio de san Marcos 2, 18-22

En aquel tiempo, los discípulos de Juan y los fariseos estaban de ayuno. Vinieron unos y le preguntaron a Jesús: «Los discípulos de Juan y los discípulos de los fariseos ayunan. ¿Por qué los tuyos no?»

 

RESPUESTA A LA PALABRA

La pregunta, hoy día, se podría traducir por otras más cercanas.
¿Quién ayuna hoy día? ¿Para qué ayunar?
¿Qué sentido tiene pasar hambre cuando tenemos para comer?
¿Cuál es el valor del ayuno?
Muchas personas no ayunan porque quieran
sino, porque no tienen que comer.
Otras muchas lo hacen porque tienen en exceso.

En las sociedades ricas el ayuno se ha impuesto,
no como expresión de un motivo moral o religioso
como en otros tiempos fue,
sino como una forma de cuidar el cuerpo.
Las dietas de “bajas calorías” están presentes
en multitud de hogares en los que el frigorífico
está hasta los topes.
El ayuno impuesto para reducir peso
llega hasta el drama de la enfermedad.

Pero éste no es el verdadero ayuno.
Los criterios puramente materialistas
no dan al ayuno su verdadero valor.

El ayuno no es un valor en sí mismo y
su fin no debe estar aparejado a un sentimiento egoísta.
El ayuno tiene que ver mucho con una forma de vida elegida,
donde la austeridad forma parte de la misma y
la solidaridad con quienes carecen de lo necesario
está presente más allá de la ideología.

Antes de entrar en el valor del ayuno
cómo expresión de una vida cristiana integra
podríamos preguntarnos a nosotros mismos como vivimos y
cuáles  son nuestras preocupaciones principales,
porque puede que de estas respuestas obtengamos
la materia para una revisión más amplia.