Del profeta Oseas 6,1-6

Vamos a volver al Señor: él, que nos despedazó, nos sanará; él, que nos hirió, nos vendará. En dos días nos sanará; al tercero nos resucitará; y viviremos delante de él. Esforcémonos por conocer al Señor: su amanecer es como la aurora, y su sentencia surge como la luz. Bajará sobre nosotros como lluvia temprana, como lluvia tardía que empapa la tierra.

“¿Qué haré de ti, Efraín? ¿Qué haré de ti, Judá? Vuestra piedad es como nube mañanera, como rocío de madrugada que se evapora. Por eso os herí por medio de los profetas, os condené con la palabra de mi boca. Quiero misericordia, y no sacrificios; conocimiento de Dios, más que holocaustos.”

 

RESPUESTA A LA PALABRA

El profeta Oseas descubre los sentimientos de su pueblo
como algo interesado e inconstante,
mientras que la misericordia de Dios
es una realidad amable para aquellos que le conocen.

Dice Israel: Volvamos al Señor que nos tiene cuenta.
Él se manifestará benigno con nosotros,
reconozcamos su hacer para con nuestros padres.
Volvamos al Señor.

La respuesta del Señor está teñida de decepción.
¿Cuántas veces he acogido a Israel
y cuantas veces éste se ha vuelto a marchar?
¿Qué haré que no haya hecho ya para que Israel
no se contradiga viviendo en la tensión
entre dos mundos irreconciliables?

El Señor es fiel, seguirá siendo fiel a su Pueblo,
pero una relación de amor sólo será posible
cuando las dos partes se concierten en un conocimiento mutuo,
que les lleve a darse por encima de lo que ambos se puedan otorgar.

Israel debe conocer a Dios,
debe saber que Él no quiere sus cosas,
que los sacrificios sobran cuando ya se ha entregado el corazón. 

Cuando el hombre penetra en el conocimiento de Dios,
su corazón se vuelve misericordioso como el  de Él,
y su bondad se encarna en su hacer.

También nosotros, que nos movemos entre el pecado y la gracia,
deberíamos profundizar en el conocimiento de Dios,
más que en sus cosas.
Deberíamos buscarle a Él, penetrar en su corazón,
en su mundo de entrega sin prejuicios.

Bueno sería que nos olvidáramos de cuantificar
lo entregado y lo recibido, tanto por Él, como por nosotros.
La relación que Dios quiere no puede asentarse
sino en la gratuidad mutua.
Por parte de Él está asegurada.
¿Lo estará alguna vez en nosotros?