Del libro del Eclesiástico 24, 1-2. 8-12
La sabiduría se alaba a sí misma, se gloría en medio de su pueblo, abre la boca en la asamblea del Altísimo y se gloría delante de sus Potestades.
En medio de su pueblo será ensalzada, y admirada en la congregación plena de los santos;
recibirá alabanzas de la muchedumbre de los escogidos y será bendita entre los benditos.
El Creador del universo me ordenó, el Creador estableció mi morada: Habita en Jacob, sea Israel tu heredad.
Desde el principio, antes de los siglos, me creó, y no cesaré jamás.
En la santa morada, en su presencia, ofrecí culto y en Sión me establecí; en la ciudad escogida me hizo descansar, en Jerusalén reside mi poder.
Eché raíces entre un pueblo glorioso, en la porción del Señor, en su heredad, y resido en la congregación plena de los santos.
RESPUESTA A LA PALABRA
Los textos de hoy, segundo domingo,
nos sitúan ante la realidad de la Sabiduría,
no como un mero conocimiento de datos,
sino como comprensión cabal de la realidad.
Tanto es así, que las Escrituras Santas
llegan a identificar la Sabiduría con Dios.
Hablamos pues de la Sabiduría del corazón,
que Procede de Dios
y que la regala a quien quiere.
Esta Sabiduría-divina tiene un rostro-humano y se llama Jesús.
Quizá nuestra falta de comprensión
de lo que verdaderamente es el hombre
se deba al déficit que padecemos
en cuanto al conocimiento que tenemos de Dios.
Si estando tan cerca de nosotros como está,
lo entendemos tan poco,
es porque no hemos dado paso a su Sabiduría.
Lo hemos dejado fuera del ámbito de la razón y
anulado la capacidad del corazón
para comprender más allá de lo puramente material.
Las celebraciones litúrgicas de estos días de Navidad
nos sitúan ante un suceso que supera la mera racionalidad
y, aún así, no está fuera de la comprensión del hombre.
Ahora bien, para comprender es necesario saber,
y este saber nos viene dado de manera gratuita por Dios.
Es Dios quien se autorrevela, quien se nos dice,
Aquel que sale a nuestro encuentro y
nos emplaza a vivir una experiencia de totalidad.
La religión cristiana es fruto de la iniciativa de Dios.
Si no fuera así,
¿cómo saltar la distancia que separa al hombre de Dios?.
Jesús es la Palabra,
la verdad de Dios que nos religa a Él
y nos introduce en su misma vida.
Para ello se ha hecho hombre.
Ha querido poseer un cuerpo humano,
una razón humana,
una lógica humana.
Nos habla con nuestras palabras.
Nos da razones para comprender el misterio que nos trae y
que subyace en el corazón de cada hombre.
No está mal que al comienzo de este año
nos planteemos crecer en nuestro conocimiento de Dios,
de adquirir ese “saber-regalado”
que la Iglesia tiene el deber de comunicarnos.
San Pablo, cuando escribe a la Iglesia de Roma, dice:
La palabra está cerca de ti, en tu boca y en tu corazón,
es decir la palabra de la fe que nosotros predicamos.
Si confiesas con tu boca que Jesús es el Señor y
crees en tu corazón que Dios lo resucitó de entre los muertos, serás salvado.
Todo el que invoque el nombre del Señor se salvará
Pero, ¿como invocarlo sin creer en él?
¿Y cómo creer, sin haber oído hablar de él?
¿Y cómo oír hablar de él, si nadie lo predica?.
¿Y quiénes predicarán, si no se los envía?
Como dice la Escritura:
“¡Qué hermosos son los pasos de los que anuncian buenas noticias!”
No dejan, también estas palabras, de invitarnos a tomar parte en ese anuncio salvador que nosotros ya hemos aceptado
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