Del evangelio de san Mateo 12,46-50

En aquel tiempo, estaba Jesús hablando a la gente, cuando su madre y sus hermanos se presentaron fuera, tratando de hablar con él. Uno se lo avisó: “Oye, tu madre y tus hermanos están fuera y quieren hablar contigo.” Pero él contestó al que le avisaba: “¿Quién es mi madre y quiénes son mis hermanos?” Y, señalando con la mano a los discípulos dijo: “Éstos son mi madre y mis hermanos. El que cumple la voluntad de mi Padre del cielo, ése es mi hermano, y mi hermana, y mi madre.”

 

RESPUESTA A LA PALABRA

¿Parentesco de sangre?
Jesús antepone el parentesco
que nace de la relación con Dios.

No niega el valor de la sangre y
los lazos que de ella se derivan,
pero nos hace caer en la cuenta de que el amor
supera a la necesidad.

El clima en el que nace el amor es la libertad,
condición que queda en suspenso
por el imperativo de la sangre.

María, es madre de Jesús según la biología,
pero también es verdad, como dicen los Padres,
que antes de concebir a Jesús, en su vientre,
ya lo había acogido en su corazón.

En el anuncio de la encarnación, oímos a María
pronunciar las palabras claves:
“Hágase en mí según tu palabra”.

María acepta la voluntad del Padre del cielo,
que le pide, en el mayor respeto a su libertad,
el consentimiento amoroso para ser la Madre de su Hijo.

Los verdaderos lazos de unión, entre las personas,
están alimentados por la gratuidad del amor.