Un incipiente verano abrasa el campo.
A poca distancia,
una mancha amarilla
atrae la atención
de quienes recorremos
el camino a los Parrales.

Una plantación de girasoles
exhibe una belleza inusitada
arrancada por el sol ardiente
del mediodía.
No son necesarias las palabras
para que despleguemos
la mirada sobre ellos.
Instante mágico
en el que las tórtolas
ponen la banda sonora
a este momento de ensueño.

Los cuerpos sudorosos
de quienes trabajan la parcela
buscan un alivio
en el agua fresca de la botija.

Como se agradecería
una tormenta pasajera
para que el trabajo,
que queda hasta vencida la tarde
se hiciera más llevadero.