Una persona que debe saber mucho,
a la que visito con frecuencia,
me pregunta entre otras muchas cosas,
para saber si estoy cuerdo,
qué me gustaría ser si no fuera hombre.
Mi respuesta es variada,
pero me guardo una,
porque creo que sólo a mí me pertenece
Me gustaría ser aprendiz de gorrión
para aprender a escuchar el latir del tiempo,
dejándome empapar por la realidad
sin juicios previos.
Desde niño me he sentido muy cerca de ellos,
y fueran muchos o pocos
siempre pasaban desapercibidos para la mayoría
a pesar de la algarabía que montaban
al amanecer y sobre todo al caer la tarde
preparándose para pasar la noche.
Me encantaba verlos bañarse en los charcos y
la confianza que tenían al hacer sus nidos,
debajo de las tejas o
en un pequeño hueco en la pared del corral.
Es confiado como pocas avecillas,
llegando a comer en el cuenco de la mano
de quien no teme.
Su carácter urbano
lo hace simpático a todo aquel
que de verdad lo conoce.
Su belleza está en su sencillez.
Es una referencia franciscana.
La simplicidad de su plumaje y
la confianza que manifiesta a quien ya conoce,
nos recuerda a Francisco
conversando con ellos como pequeños hermanos
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