Del evangelio de san Marcos 3, 7-12

En aquel tiempo, Jesús se retiró con sus discípulos a la orilla del lago, y lo siguió una muchedumbre de Galilea. Al enterarse de las cosas que hacia, acudía mucha gente de Judea, de Jerusalén y de Idumea, de la Transjordania, de las cercanías de Tiro y Sidón. Encargó a sus discípulos que le tuviesen preparada una lancha, no lo fuera a estrujar el gentío. Como había curado a muchos, todos los que sufrían de algo se le echaban encima para tocarlo. Cuando lo veían, hasta los espíritus inmundos se postraban ante él, gritando: -”Tú eres el Hijo de Dios.” Pero él les prohibía severamente que lo diesen a conocer.

 

RESPUESTA A LA PALABRA

En todo lo que está aconteciendo, en cuanto a la aceptación o rechazo de Dios en nuestra sociedad, pueden encontrarse muchos factores. Algunos escapan a nuestra reflexión, pero sin embargo otros nos vienen dados por situaciones conocidas y no nos resultan difíciles de abordar, al menos de tenerlos presentes para no desviarnos de la cuestión.

Días pasados, en una conversación sobre el tema, alguien vino a decir que si fuéramos a valorar la raíz de nuestros miedos que surgen del encuentro con alguien inesperado, junto al miedo a los delincuentes comunes, a las tribus urbanas, al terrorismo, al que te juzga y prepotente te calla, habría que colocar a Dios.

Dios da miedo porque se piensa que viene a nosotros como enemigo, dispuesto a robarnos nuestras “propiedades”, nuestro estatus conseguido, muchas veces vacío pero hinchado de cosas que nos amarran y sostienen. En el fondo existe el temor que nace de tener que dejar el puesto a la otra persona y no pasar por encima de ella para conseguir el interés propio y personal.

Hace unos años un eslogan recorrió las calles de Madrid y Barcelona: “Probablemente Dios no existe, deja de preocuparte….” En realidad, lo que dice de ese Dios, no negado por imposibilidad de ello, es que si entra en tu vida te traerá múltiples preocupaciones, porque Dios no es algo, tampoco un sistema de verdades o código moral. Dios es persona y como toda persona cuando entra en tu vida te desestabiliza. O vives según ella o debes dejarla y, para dejarla, mejor no encontrarla.

En realidad hemos llegado al siglo XXI sin habernos preparado para amar.