Del evangelio de san Lucas 11, 42-46

En aquel tiempo, dijo el Señor: -«¡Ay de vosotros, fariseos, que pagáis el diezmo de la hierbabuena, de la ruda y de toda clase de legumbres, mientras pasáis por alto el derecho y el amor de Dios! Esto habría que practicar, sin descuidar aquello. ¡Ay de vosotros, fariseos, que os encantan los asientos de honor en las sinagogas y las reverencias por la calle! ¡Ay de vosotros, que sois como tumbas sin señal, que la gente pisa sin saberlo!» Un maestro de la Ley intervino y le dijo: -«Maestro, diciendo eso nos ofendes también a nosotros.» Jesús replicó: -«¡Ay de vosotros también, maestros de la Ley, que abrumáis a la gente con cargas insoportables

RESPUESTA A LA PALABRA

Los lamentos del Señor por la actitud de los fariseos,
hombres pagados de sí mismos,
justificados ante los demás
por el formalismo de sus obras,
nos revelan su enorme sensibilidad
ante la justificación improcedente
de su conducta errada.

Jesús mira principalmente el corazón,
del que nace el amor que da sentido a las obras.

Un planteamiento en el que prima el valor de la obra,
como fin en sí mismo, adolece de sentido.
Las preguntas, según esto, surgen espontáneamente:

¿Qué motiva mi acción?
¿Por qué y para qué la llevo a cabo?
¿Quién es el destinatario de ella?

Jesús no critica la obra, sino la intencionalidad y
el fin que se persigue con ella.
Una actitud formalista puede ser indicativa
de falta de sensibilidad
para captar la verdad del amor.

No debemos olvidar que es el corazón
el que define al hombre.

Teófanes el Recluso, autor espiritual ruso,
en el siglo XIX escribía:

“Nuestro corazón es verdaderamente
la raíz y el centro de la vida.
Muestra si el estado del hombre es bueno o es malo
e incita a las demás fuerzas a la actividad y,
después de que ésas han realizado su obra,
recibe dentro de sí el resultado de estas acciones
para fortalecer o debilitar ese sentimiento
que caracteriza la disposición permanente del hombre”.