Del evangelio de san Mateo 12, 14-21:

En aquel tiempo, los fariseos planearon el modo de acabar con Jesús. Pero Jesús se enteró, se marchó de allí, y muchos le siguieron. Él los curó a todos, mandándoles que no lo descubrieran. Así se cumplió lo que dijo el profeta Isaías: «Mirad a mi siervo, mi elegido, mi amado, mi predilecto. Sobre él he puesto mi espíritu para que anuncie el derecho a las naciones. No porfiará, no gritará, no voceará por las calles. La caña cascada no la quebrará, el pabilo vacilante no lo apagará, hasta implantar el derecho; en su nombre esperarán las naciones.»

 

RESPUESTA A LA PALABRA

Una de las realidades más preciosas para el hombre y
que es la base de la paz, es la justicia.

El ejercicio del derecho es esencial
para que las relaciones positivas
entre todos sean posibles.

En el pueblo de Israel, encontramos
en los grandes orantes la petición a Dios
de que establezca el derecho
sobre la injusticia de los hombres
que, aupados en el poder, se lo niegan.

También en nuestros días
demandamos justicia y,
sin embargo, experimentamos
lo difícil que es que se haga realidad
de un modo pleno.

Aunque vivamos en un “Estado de derecho”
la justicia no es siempre tal,
lo que hace que la vida social se resienta.
Sucede como en una orquesta que,
cuando uno o varios instrumentos desafinan
porque interpretan la partitura de la sinfonía
por su cuenta,
es la orquesta la que falla.
Así, una sociedad en la que la justicia
no fuera una realidad igual para todos,
podemos decir que es injusta.

El evangelio de san Mateo nos acerca
a la profecía de Isaías
en la que ya se señala al Justo
que restablecerá el derecho en todas las naciones.
Jesús, con su venida nos ha traído el Derecho del Padre.
Él cumple en toda su vida el deseo de justicia
que anida en el corazón de todos los hombres,
porque no se para en poner en práctica
la justicia humana negada por los corruptos,
sino que va más allá de la misma
haciendo realidad la justicia divina,
que no es otra que la misericordia entrañable.