Del evangelio de san Juan 10, 27-30

En aquel tiempo, dijo Jesús:

“Mis ovejas escuchan mi voz, y yo las conozco, y ellas me siguen, y yo les doy la vida eterna; no perecerán para siempre, y nadie las arrebatará de mi mano. Mi Padre, que me las ha dado, supera a todos, y nadie puede arrebatarlas de la mano del Padre. Yo y el Padre somos uno.”

 

RESPUESTA A LA PALABRA

Jesús es el Pastor querido por el Padre
para que ninguno se pierda

Las parábolas del Pastor nos enseñan hasta qué punto
llega la preocupación de Dios por el hombre y
cómo es su ternura con todos,
muy especialmente con aquellos que caminan
perdidos y equivocados.

Si de cien se pierde uno, lo busca hasta encontrarlo y
sobre sus hombros lo lleva de nuevo a casa.

El Pastor, las ovejas, el aprisco… son términos
que nos ayudan a penetrar en el misterio
de la llamada de Dios a los hombres y
del seguimiento de estos como comunidad de vida.

El texto del evangelio de hoy, con ser muy corto,
no por ello deja de expresar el fundamento de esta relación.

Él nos llama a participar en su relación con el Padre, y
ésta es la vida eterna.

Jesús quiere establecer con nosotros una relación
que sea el reflejo de su relación con el Padre:
una relación de pertenencia recíproca en la confianza plena,
en la íntima comunión.

Jesús lo expresa de un modo muy sencillo:
Esta relación de amistad nace de una llamada,
de un reconocer la voz del amigo y
de una respuesta confiada 
a ese amigo que te ama.

En esta llamada, en esta escucha de la voz del amigo,
es donde se inserta toda vocación,
participación en la vida y de la misión del Señor.

La precedencia en la relación corresponde al Señor.
Él es quien desde del amor que nos tiene nos llama.
Nosotros al calor de ese amor que nos sorprende
respondemos.

La relación que se establece es íntima y personal

Jesús nos llama y nos hace suyos.
Nosotros lo experimentamos nuestro.
El conocimientos mutuo que se estable, nace del diálogo.

Los discípulos escuchan la voz del Señor y le siguen.
El Señor, que los conoce de antemano,
les da la vida para siempre,
de manera que ninguno perecerá,
y nadie los separará de Él si ellos no quieren.