La ciudad me sobrepasa.
El eco del decir atropellado
de los viandantes me aturde.

No es nítido el ambiente.
Se mezclan en él
las resonancias
de múltiples estados de ánima,
que recrece el malestar
de quienes marcados por la razón
los sentimientos trabajan
para no sacarlos de la realidad
peculiar que viven.

Tiendas en las esquinas,
algunos pequeños bares y
un bazar abierto durante todo el día,
congestionado de gente, 
que transpiran  olores diversos,
que se funden en un sofoco y
sin pretenderlo se empujan entre sí,
buscando el producto
ofertado a mejor precio.

Cansados de dar tumbos
entre los distintos puestos y
comprar algo,
que quizás después no utilicen,
salen en busca de una cafetería
donde descansar y comentar
las noticias más rabiosas.

Después de tomarse el café
o un refresco,
se despiden con prisas
porque a algunos 
les están esperando en otro sitio.

El día se va fundiendo por momentos.
La humedad que ha dejado
la lluvia de la mañana asciende,
haciendo más fresca la tarde.

Nos despedimos los amigos,
no sin antes quedar para otro día.