El hombre que busca,
antes o después se encuentra con la Iglesia y
no pocos la aceptan
fijándose en su labor asistencial
que ha mantenido y mantiene
a lo largo de veinte siglos de existencia.
Si miramos solo lo que vemos a primera vista,
el valor que nos aporta es meramente humano,
aunque como me decía un amigo mío,
hablando sobre su presencia en el mundo
a lo largo de sus veinte siglos de existencia,
algo debe haber en ella
cuando a pesar de su pecado se mantiene viva.
Me decía con cierta sorna
que la Iglesia se podría comparar
con “una empresa
que siempre está en crisis,
pero nunca da en quiebra”.
Y llevaba razón..
Por ello debemos hablar de ella
desde su propia verdad y
no desde las opiniones de aquellos
que sus experiencias les han podido marcar
en un sentido o en otro.
No es preciso elaborar grandes razonamientos.
Es suficiente con acudir a la experiencia común,
si está fundada en la verdad.
Por ejemplo,
ahora que está tan de moda el ecologismos
podemos decir que la Iglesia no es una ONG,
porque quien acude a un sacerdote
por el hecho de serlo
es porque busca a Dios,
no porque pretenda salvar el planeta.
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