Del evangelio de san Lucas 17,7-10

En aquel tiempo, dijo el Señor: “Suponed que un criado vuestro trabaja como labrador o como pastor; cuando vuelve del campo, ¿quién de vosotros le dice: “En seguida, ven y ponte a la mesa”? ¿No le diréis: “Prepárame de cenar, cíñete y sírveme mientras como y bebo, y después comerás y beberás tú”? ¿Tenéis que estar agradecidos al criado porque ha hecho lo mandado? Lo mismo vosotros: Cuando hayáis hecho todo lo mandado, decid: “Somos unos pobres siervos, hemos hecho lo que teníamos que hacer.”

 

RESPUESTA A LA PALABRA

Puede que nos resulten fuertes estas palabras del Señor,
sobre todo si las leemos en la clave de una sociología de clases.

Nos repele la terminología amo-siervo, y está bien,
aunque en nuestro siglo XXI,
superada la realidad sociológica de otros tiempos,
hemos derivado a otra realidad no menos detestable.
¿Quiénes son hoy día nuestros nuevos señores?
¿Hasta dónde no nos dominan,
a través del poder de los medios?
¿Cuál es el margen de libertad que nos dejan,
y en qué ámbitos de nuestra vida personal y social?.

Pero no nos detenemos en esto.
Miramos, mejor dicho, atravesamos la cáscara
del decir del Señor y tratamos ver cuál es
la intencionalidad de sus palabras
desde la perspectiva de la entrega,
propia del amor de quien viene a servir y no a ser servido.

No olvidemos que Jesús, en este momento,
se está dirigiendo directamente a sus discípulos,
a aquellos que le siguen y que van a continuar su misión,
en medio de un mundo donde los valores se invierten
con facilidad y además se justifican.

Jesús propone a todo aquel que quiera seguirle
e identificarse con Él la necesidad de hacerse siervo,
servidor, no amo o dominador de los demás.

No propone una humildad genérica,
sino que pide una entrega semejante a la suya,
que, como escribe san Pablo, no se aferra a su “Señorío”,
muy al contrario, se despoja de su rango y
toma la posición de “siervo”, para así servir a todos,
también a los más pobres de los pobres.

Jesús nos está diciendo que en la lógica del Evangelio
no interesa sólo lo que se hace,
sino la intención y los medios con los que se hace.

Es una pena que no seamos capaces de adentrarnos y
entender la “lógica de lo inútil”, según el Señor. 

Si lo pudiéramos hacer, nos sentiríamos tan adentro
del misterio del amor, que no nos escandalizaría
la aparente inutilidad de Dios,
que enloquecido por amor al hombre,
se ha rebajado hasta adentrarse en nuestros infiernos,
generados por el mal, para arrancarnos de ellos. 

Tengo delante de mí la imagen del evangelio de san Juan,
con Jesús arrodillado delante de sus discípulos,
también arrodillado ante Judas Iscariote.

Quizá el Señor recordara entonces sus mismas palabras:

“Padre, soy un pobre siervo,
lo que hago no es otra cosa que lo que te he visto hacer a ti,

dentro de muy poco podré decirte:
”Todo tu amor, todo el amor posible se ha cumplido”.