Del evangelio de san Juan 13, 31-33a. 34-35

Cuando salió Judas del cenáculo, dijo Jesús: “Ahora es glorificado el Hijo del hombre, y Dios es glorificado en él. Si Dios es glorificado en él, también Dios lo glorificará en sí mismo: pronto lo glorificará. Hijos míos, me queda poco de estar con vosotros. Os doy un mandamiento nuevo: que os améis unos a otros; como yo os he amado, amaos también entre vosotros. La señal por la que conocerán todos que sois discípulos míos será que os amáis unos a otros.”

 

RESPUESTA A LA PALABRA

La palabra de Jesús, en el texto de hoy,
nos lleva a tocar el misterio mismo de Dios encarnado,
a la vez que el del hombre matrimoniado con Dios.
Tres términos se entrecruzan en nuestra reflexión:
Amor, Gloria y Cruz,
y los tres, referenciados a Jesús, se explican entre sí.

Jesús, en el momento crucial,
cuando el Malo ha conquistado el corazón de Judas y
ha puesto en marcha la máquina del odio que le llevará a la muerte,
se dirige a sus amigos y les pide amar sin medida,
les pide amar a todos, también a quienes les odian y
les conducirán a la muerte.

“Os doy un mandamiento nuevo: que os améis unos a otros; como yo os he amado, amaos también entre vosotros”.

Ya sabían del mandamiento del amor.
Para un judío observante, el primero de todos los mandamientos
era amar a Dios sobre todas las cosas y, también, al prójimo.

Pero ahora Jesús hace nuevo ese mandamiento conocido.
La novedad es tremenda, porque la novedad está en Él.
La novedad consiste en amar con su mismo amor, amar como Él ama.
Se trata de amar sin límites, sin condiciones,
un amor universal capaz de transformar el mal en bien.

El ejemplo lo tenemos en Él.

En ese momento crítico ha sido traicionado,
va a ser juzgado, rechazado, abominado, escarnecido y ajusticiado.
Y, sin embargo, será en ese camino,
el camino de la Cruz, en el que será glorificado;
en el que el Padre, respondiendo a su mucho amor,
lo glorifique con su misma gloria.

En Jesús, el amor no se detiene en la cruz,
la abraza y la transforma,
haciendo que en ella brille la gloria misma de Dios,
que quiere comunicar a todos los hombres a los que ama.

Pero cabe preguntarse si este amor que Jesús nos pide
es posible, mirando nuestra condición humana.

Lo cierto y verdad es que contemplado fuera de Él, es imposible.
Pero como leemos en su Evangelio:

“Lo que no es posible para el hombre, sí es posible para Dios”.

Jesús no nos pide un imposible porque Él,
también hombre como nosotros,
habiéndonos amado hasta el extremo de entregar su vida y
rescatarnos de las garras del Malo,
nos ha hecho partícipes de su mismo amor.

Él nos pide no sólo que amemos como Él ama,
sino que amemos con su mismo amor,
que nos aparejemos a Él y dejemos que nos transfunda su amor.
Conviene recordar lo que Él mismo nos dice:

“Yo soy la vid, vosotros sus sarmientos, todo el que permanece en mí, ese da fruto, y fruto abundante”.

Pues bien, dejémonos amar por Él, acojamos su amor,
aprendamos a amar y amemos con su mismo amor.
Así seremos, sin pretenderlo, testigos suyos siempre y en todo lugar.