La vida del hombre logrado
no es más que el producto
de sus más íntimos anhelos
forjados en los momentos de prueba.

En el hontanar del corazón
dormita aquel que somos y
necesita hacerse.
Somos y nos hacemos y
es la libertad el medio único
que tenemos para ello,
amenazada siempre
por intereses propios y extraños. 

Esto que puede parecer
simples palabras
es la realidad en la que vivimos
sin darnos cuenta.

“Muchas veces, modelamos una imagen
que no es la nuestra y
por eso mismo
no nos encontramos en ella
viéndonos como en un traje
que no es el nuestro”.

Estas palabras del hermano Andrés
las suscribía y daban razón a mi experiencia.

Hay instantes en la vida
en la que el hombre se la juega
cuando emerge en él el amor
desnudándole de todo aparejo artificioso
en el que viviera instalado.

Cuando la puerta se abre y
cruzas el umbral de la misma
comienzas una nueva aventura.

Dejas la ciudad conocida y
tomas el camino que lleva más allá
de los campos familiares.
Subes la montaña y te encuentras perdido
en medio de un bosque inexplorado,
coronado de cumbres abruptas y salvajes,
donde el horizonte de alarga y se ensancha.

Sientes admiración y miedo,
seducción y temor,
porque a partir de ese punto
el camino tuyo lo tendrás que hacer solo tú.
Pero antes escucha en tu corazón
lo que te susurra el Señor:

“No tengas miedo. Yo estaré contigo,
descalzas tus pies,
deja el fardo de los trajes,
con los que antes te vistiera,
y caminas desnudo
sin más atuendo que el amor
que he depositado en tu corazón”.