Del evangelio de Lucas
En aquel tiempo, había una profetisa, Ana, hija de Fanuel, de la tribu de Aser. Era una mujer muy anciana; de jovencita había vivido siete años casada, y luego viuda hasta los ochenta y cuatro; no se apartaba del templo día y noche, sirviendo a Dios con ayunos y oraciones.
Acercándose en aquel momento, daba gracias a Dios y hablaba del niño a todos los que aguardaban la liberación de Jerusalén. Y cuando cumplieron todo lo que prescribía la ley del Señor, se volvieron a Galilea, a su ciudad de Nazaret.
El niño iba creciendo y robusteciéndose, y se llenaba de sabiduría; y la gracia de Dios lo acompañaba.

 

RESPUESTA A LA PALABRA
Ana, mujer de vida y Espíritu,
colmada de luz y noche,
sirvienta de Dios
que esperas a un Niño
y aguardas en él
la liberación de tu Pueblo.
Llegado el momento,
Lo acunaste en tus brazos
y se reflejó en tu rostro
el rostro de la vida.
Mientras tus ojos decían a todos: “es Él”, 
a Dios bendecías,
porque su misericordia llegaba a los pobres.
Dar gracias a Dios
y hablar de aquel Niño
fueron pagos de Dios a tu espera.
Ya el mundo lo sabe
y nosotros creemos
que es el Hijo de Dios
nacido en la carne,
sometido a la ley,
amador de todos los hombres.