Del libro de Isaías 26, 1-6

 

Aquel día, se cantará este canto en el país de Judá: «Tenemos una ciudad fuerte, ha puesto para salvarla murallas y baluartes: Abrid las puertas para que entre un pueblo justo, que observa la lealtad; su ánimo está firme y mantiene la paz, porque confía en ti. Confiad siempre en el Señor, porque el Señor es la Roca perpetua: doblegó a los habitantes de la altura y a la ciudad elevada; la humilló, la humilló hasta el suelo, la arrojó al polvo, y la pisan los pies, los pies del humilde, las pisadas de los pobres.»

 

RESPUESTA A LA PALABRA

En un tiempo en el que domina el pensamiento débil y
nuestra cultura galopa a lomos del relativismo,
una canción no se deja de oír en medio del desencanto:
Tenemos una ciudad fuerte,
construida sobre la roca del amor a la verdad.
Abiertas están sus puertas para que,
quien busca justicia, la encuentre;
para que la paz inunde a quienes se acerquen a ella,
y la lealtad sea moneda de cambio.

Una voz grita desde el baluarte más alto
de esta ciudad no domada:
Levantad el ánimo los que llegáis,
confiad en el Señor que os recibe.
Confiad, sí, confiad en el Señor,
porque Él es la Roca perpetua,
lugar de reposo, espacio sanador,
defensa de los oprimidos,
defensor de los humildes.

Mirad la historia que os precede.
Mirad, sí, mirad y ved
donde quedaron los Imperios,
el poderío orgulloso de los que se llamaron fuertes,
las obras de los tiranos.

¿A dónde fueron sus vidas?
Malogradores del pobre,
fueron dolor para muchos,
sufrimientos sin cuento para los pequeños;
como hierro aguzado, dieron muerte,
como cepos inhumanos, sometieron voluntades,
pero, para sí, polvo estéril llamado a ser pisado,
sombras de sangre negra,
manchas que ensucian la historia,
paja que arde sin tiempo.