Vivimos en una cultura que quiere ser solidaria, al menos es lo que proclama y a lo que invita, sin embargo olvida y hasta niega la raíz de toda solidaridad: “Dios-con-nosotros”. Él ha sido siempre el gran solidario, ha estado y está presente en toda situación en la que el hombre se ve sometido. Ya en la historia del Pueblo de Israel podemos ver la trama de toda la Historia de la Humanidad. Historia de encuentros y desencuentros en los que, la libertad del hombre condiciona la marcha de la misma y en la que Dios permanece, retomando y rehaciendo los tiempos de dolor provocados por quienes pervirtieron el uso de la libertad.

No basta con lavar la conciencia egoísta de nuestra sociedad con meros gestos de solidaridad con los pobres en tiempo de despilfarro. Está bien que nos animemos y participemos en cuantas iniciativas surjan en favor de los empobrecidos; mal haríamos si menospreciáramos estas posibilidades que se nos brindan para mejorar un poco la situación de unos pocos; pero, sólo con ello, el mundo seguirá igual.

El Señor no viene a cambiar unos valores por otros; su intención primera es devolver al hombre su medida, su dignidad no reconocida, su derecho a existir como ser humano no manipulado. Es incomprensible la negación de la realidad de Dios como liberador y comprometido con el hombre, con todo hombre. La experiencia nos enseña que aquella persona que se deja acoger por Dios y, a su vez, lo acoge en su vida, se contempla no sólo como hijo, sino también como hermano.

El evangelio de hoy (Mateo 11,11-15) nos descubre algo totalmente llamativo. Jesús reconoce que la talla moral de Juan el Bautista es tan elevada que bien puede ser considerado como el “mayor nacido de mujer”; sin embargo, cualquier persona que entre en la dinámica de la fe, que Él inaugura con su presencia, pasa a vivir plenamente la realidad de hijo, y queda validada en el respeto y amor a todo hombre que, necesariamente, considera su hermano.

Hoy, desde la palabra de Jesús, podemos contemplarnos dentro del oráculo de Isaías y sentirnos tan pequeños como el “gusanillo de Jacob”, a la vez que grandes, como hijos de Dios que somos. Quizá, la consecuencia pueda ser que nuestra solidaridad se enraíce en nuestro corazón y no sea flor de un día.

Profecía de Isaías (41,13-19)

Yo, el Señor, tu Dios, te agarro de la diestra y te digo: «No temas, yo mismo te auxilio.»

No temas, gusanito de Jacob, oruga de Israel, yo mismo te auxilio -oráculo del Señor-. tu redentor es el Santo de Israel. Mira, te convierto en trillo aguzado, nuevo, dentado: trillarás los montes y los triturarás; harás paja de las colinas; los aventarás, y el viento los arrebatará, el vendaval los dispersará; y tú te alegrarás con el Señor, te gloriarás del Santo de Israel.

Los pobres y los indigentes buscan agua, y no la hay; su lengua está reseca de sed. Yo, el Señor, les responderé; yo, el Dios de Israel, no los abandonaré. Alumbraré ríos en cumbres peladas; en medio de las vaguadas, manantiales; transformaré el desierto en estanque y el yermo en fuentes de agua; pondré en el desierto cedros, y acacias, y mirtos, y olivos; plantaré en la estepa cipreses, y olmos y alerces, juntos.

No basta con lavar la conciencia

Anunciador de vida en tierra de muerte,
vocero de Dios que viene
y levanta el deseo de un pueblo
que en tierra extranjera desvive la vida
que un día recibiera de manos de Dios.

No temas, nos dice:
el tiempo que viene clausura un pasado
sin padre y sin paz,
de abandono y duelo.

El Hacedor te hace, quien te creó te recrea
y recrea el mundo arruinado por ti,
devolviendo la verdad a las cosas
y a ti la cordura para que puedas gozar
con lo primordial de la vida.

Sin miedo otea el tiempo futuro,
paraíso de sueño, realidad naciente,
entregada ya por quien te coge la mano
y te dice:  “No temas”.