Del evangelio de san Mateo 13,1-23

Se le acercaron los discípulos y le preguntaron: “¿Por qué les hablas en parábolas?” Él les contestó: “A vosotros se os ha concedido conocer los secretos del reino de los cielos y a ellos no. Porque al que tiene se le dará y tendrá de sobra, y al que no tiene se le quitará hasta lo que tiene. Por eso les hablo en parábolas, porque miran sin ver y escuchan sin oír ni entender. Así se cumplirá en ellos la profecía de Isaías: “Oiréis con los oídos sin entender; miraréis con los ojos sin ver; porque está embotado el corazón de este pueblo, son duros de oído, han cerrado los ojos; para no ver con los ojos, ni oír con los oídos, ni entender con el corazón, ni convertirse para que yo los cure.” ¡Dichosos vuestros ojos, porque ven, y vuestros oídos, porque oyen! Os aseguro que muchos profetas y justos desearon ver lo que veis vosotros y no lo vieron, y oír lo que oís y no lo oyeron.

 

 

RESPUESTA A LA PALABRA

“A vosotros se os ha concedido conocer los secretos del reino de los cielos y a ellos no…”

Las palabras de Jesús pueden parecernos extrañas,
sin embargo lo que nos están diciendo es que
para adentrarnos en el misterio no basta estar frente a él,
sino que debemos despojarnos de aquello
que nos impide acogerlo como lo que es.

Las palabras del Evangelio nos invitan a pensar
en la raíz de nuestro vida cristiana,
que no es otra que Cristo, Palabra del Padre,
enterrada en la carne para que en ella fructifique.

El cristiano es esa tierra en la que Dios se ha sembrado
a través de su Palabra y se convierte en tierra fértil
en la medida que crezca en nosotros,
hasta el punto que, como en esos trigales maduros,
no se perciba la tierra que los sustenta,
sino la mies que de ella ha florecido.

El cristiano, como la Virgen María, es
 “el que escucha la palabra de Dios y la ponen en práctica”,
de ahí su felicidad, porque como María de Betania:

“Ha cogido la mejor parte

No se trata solamente de escuchar, de recibir,
sino de acogerla en lo más íntimo de nosotros mismos.

La mejor parte que jamás le será quitada a María de Betania,
no es la de estar materialmente a los pies de Jesús,
sino la de haber abierto  de tal modo las profundidades de su alma,
que la palabra del Señor resonará en ella hasta la eternidad.

Desde aquí se explican las palabras de Jesús a sus discípulos:
 “A vosotros se os ha concedido conocer los secretos del reino de los cielos…”

Y les dice:
La semilla es la palabra de Dios… La que cae en tierra buena son los que después de haber oído, conservan la Palabra en su corazón bueno y fructifican con perseverancia.”

Jesús nos propone acoger de modo silencioso y humilde
la Palabra y asimilarla hasta hacernos a ella.

¿Pero cuál es el fruto que se deriva de este hacernos a ella?

Lo dice Jesús en el evangelio de san Juan:
“Si alguno me ama, guardará mi Palabra y mi Padre lo amará, vendremos a él y haremos morada en Él.”

La Palabra de Dios es tan importante en sí misma,
porque no solamente es portadora de una enseñanza,
sino porque es el mismo Jesús,
a través del cual el Padre se nos dice y se revela.

Frente al activismo al que estamos acostumbrados,
bueno es que nos paremos un poco,
para colocar las cosas del corazón en su sitio.

No son las obras sin más las que nos realizan como persona,
sino la actitud de disponibilidad con que nos esforzamos
en dejar que el Señor nos marque con su huella.
¿Está o no está el Señor con nosotros?