Del evangelio de san Lucas 18, 35-43

En aquel tiempo, cuando se acercaba Jesús a Jericó, había un ciego sentado al borde del camino, pidiendo limosna. Al oír que pasaba gente, preguntaba qué era aquello; y le explicaron: «Pasa Jesús Nazareno.» Entonces gritó: «¡Jesús, hijo de David, ten compasión de mí!» Los que iban delante le regañaban para que se callara, pero él gritaba más fuerte: «¡Hijo de David, ten compasión de mi!» Jesús se paró y mandó que se lo trajeran. Cuando estuvo cerca, le preguntó: «¿Qué quieres que haga por ti?» Él dijo: «Señor, que vea otra vez.» Jesús le contestó: «Recobra la vista, tu fe te ha curado.» En seguida recobró la vista y lo siguió glorificando a Dios. Y todo el pueblo, al ver esto, alababa a Dios.

RESPUESTA A LA PALABRA

El encuentro de Jesús con el ciego y
la súplica que éste le hace a Jesús
nos sitúan ante una forma de oración
que ha dado un gran fruto en la Iglesia de Oriente.
La oración de Jesús”, así se llama,
es una de las características de la espiritualidad oriental.
Boulgakoff dice de ella,
que es la forma esencial de la mística ortodoxa.

En realidad, esta oración conviene a todos,
y de un modo muy especial al hombre moderno,
que dice no tener tiempo para orar, y
ha dejado la oración sólo para pedir
cuando le acucia alguna necesidad.
Siempre hay tiempo para orar,
toda ocasión se buena para relacionarse con Dios.
Para orar no es necesario nada más que reconocer
que el Señor está en lo profundo de nuestro corazón,
estemos donde estemos y hagamos lo que hagamos.

El ciego del evangelio no se encuentra con Jesús
porque se retire a un lugar solitario,
en el que la actividad ha pasado a un segundo plano.
Nos dice san Lucas que estaba en medio del camino,
lugar donde se sentaba a diario y estaba pidiendo,
cosa que hacía todos los días.

Quiénes oran con el Nombre de Jesús,
no hacen otra cosa que recoger
lo que en el libro de los Hechos de los Apóstoles
escribe san Lucas:
“Quienquiera que invoque el Nombre de Jesús, se salvará” (2,21).

No debemos olvidar que el “Nombre”
quiere decir lo mismo que la “Persona”.
Por ello, el Nombre de Jesús salva,
cura el corazón herido,
aleja a los malos espíritus,
despeja el camino hacia Dios.

En realidad esta oración continua nace con la Iglesia, y
así lo vemos en las exhortaciones de los apóstoles.
San Pablo escribe en sus cartas: “Orar sin cesar…”
Y Jesús mismo nos dice a través del evangelista san Lucas:
“Orar sin desfallecer, siempre y sin cansarse…

Otra característica de esta oración
es el sentido de la gratuidad que nos desvela,
pues quien así ora”, no pide cuentas a Dios
del uso qué hace de su oración,
en que la emplea o a quién la aplica,
no intenta fijarle la manera concreta de utilizarla.

El orante no hace sino confesar su pobreza y
confiar a Jesús, como Hijo de Dios que es,
las necesidades de todos.

Un monje de la Iglesia de Oriente dice:

“La invocación del nombre de Jesús
está al alcance de los buscadores de Dios más humildes,
y, sin embargo,
introduce en los misterios más profundos.
Se adapta a todas las circunstancias de tiempo y lugar:
el trabajo del campo, de la fábrica,
del despacho, de la cocina…;
todos los quehaceres son compatibles con ella”.