Han florecido los narcisos.
Pequeña sonrisa del jardín de invierno.
Aureolas de blanco limpio protegen la fina copa
por la que asoman unos pequeños pistilos
de tonos anaranjados.
La tierra da señales de vida.
La luz que suponía dormida juega otra vez
entre las ramas turgentes de los almendros
a punto de reventar en flor.
Se tornan vivos mis recuerdos
como los colores retornan al jardín.
La vida se anuncia nueva.
Basta dejarme ganar por el fluir
callado de las cosas,
saludar por ellas,
para saberme inmerso en el misterio
de una existencia sin ocaso.
Una y otra vez me abren la puerta
de la eterna Fuente
que me enseñara a valorar lo que no se ve,
lo que no se siente, lo inapreciable.
para quien dejara olvidada la niñez.
Próximamente os diré el día y la hora que tendremos
la Catequesis sobre la Oración,
en el salón-biblioteca de mi casa de Miguelturra
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