Del evangelio de san Juan 14,21-26

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: “El que acepta mis mandamientos y los guarda, ése me ama; al que me ama lo amará mi Padre, y yo también lo amaré y me revelaré a él.” Le dijo Judas, no el Iscariote: “Señor, ¿qué ha sucedido para que te reveles a nosotros y no al mundo?” Respondió Jesús y le dijo: “El que me ama guardará mi palabra, y mi Padre lo amará, y vendremos a él y haremos morada en él. El que no me ama no guardará mis palabras. Y la palabra que estáis oyendo no es mía, sino del Padre que me envió. Os he hablado de esto ahora que estoy a vuestro lado, pero el Defensor, el Espíritu Santo, que enviará el Padre en mi nombre, será quien os lo enseñe todo y os vaya recordando todo lo que os he dicho.”

 

RESPUESTA A LA PALABRA

Cuantas cosas oímos, pero no entendemos.
Es como si tuviéramos el corazón entenebrecido,
al que no llega la luz para poder entender
las palabras sustanciales.

Porque a nosotros llegan palabras revestidas
de no sé que atributos atrayentes
y, sin embrago, vacías, que nos seducen.
Son como señuelos de nada o, peor aún,
de un bien parcial y aparente que degenera en mal.

También hay veces que llegan hasta nosotros
esas palabras precisas, liberadoras, fuertes, esenciales,
que nos traen un sentido nuevo de percibir la existencia
y de vivirla intensamente,
más allá de lo anecdótico de la misma.
Llegan a nosotros, pero no calan en nosotros.
¿Por qué si son tan importantes pasamos de ellas?
¿Somos tan necios que damos nuestro asentimiento
a lo que es vano y menospreciamos la enjundia de la verdad?

Jesús nos dice algo que nos puede ayudar a entender
el por qué de esta actitud nuestra:

“El Espíritu Santo, que enviará el Padre en mi nombre, será quien os lo enseñe todo y os vaya recordando todo lo que os he dicho.”

Necesitamos el Espíritu de Dios para comprender
las palabras sustanciales que proceden del Señor.
Jesús les dice a sus amigos y nos dice también a nosotros:

“Os he hablado de esto ahora que estoy a vuestro lado, pero el Defensor, el Espíritu Santo, que enviará el Padre en mi nombre, será quien os lo enseñe todo y os vaya recordando todo lo que os he dicho.”

La Palabra de Jesús es luz que ciega
a quien no tiene acondicionados los ojos del corazón
para acogerla.

Sabemos por experiencia que cuando la luz es esplendente
cerramos los ojos sin más.
Necesitamos de una pantalla que filtre sus rayos
y nos deje ver sin ser heridos.

En realidad, las palabras del Señor son luz inapagable,
pero que turban cualquier mirada
que no haya sido purificada por el amor.

El hombre que sabe del amor,
ve y comprende más allá de los sentimientos puntuales,
aunque estos le bloqueen.
¿Por qué?
Pienso que la persona habitada por el amor
acoge la vida como gracia y
vive en medio de la conflictividad diaria
con la confianza de Aquél en quien se apoya.