Cuando escribo estas letras, pienso, principalmente, en la Virgen, y en ella os contemplo a vosotros a quienes escribo.

El saludo del ángel a María resuene en vuestro corazón. “El Señor está contigo”. Seguro que está. Que también, nosotros, estemos con él.

La Fiesta de hoy nos pone delante de nuestro ojos el misterio de su virginidad, misterio de inocencia absoluta, que reconcilia a la humanidad con la creación, antes del pecado.

María, la siempre Virgen, la Inmaculada, la Mujer a la que mira toda la humanidad. Todas las generaciones que le antecedieron, miraban el futuro y esperaban su presencia, porque de ella tenía que nacer el Salvador; y todas las generaciones posteriores, hasta nosotros, la miramos porque creemos que de ella nació Jesús, el Cristo, el Redentor.

No me diréis que no es para dar gracias a Dios por ella, la llena de Gracia, la siempre Fiel, la Virgen Madre que siempre nos acompaña.

Os invito a que os suméis con todo el corazón a agradecer a Dios que se fijara en ella y agradecerle a ella que se dejara amar por Dios, porque de este amor nos nació el Salvador.

Una cosa más; mejor dos preguntas que muy bien nos podría hacer la Virgen: ¿Agradecéis, de verdad, a Dios nuestro Padre que se haya fijado en vosotros con un amor eterno, como se fijó en mi? ¿Os dejáis amar como yo y con vuestras vidas hacéis presente a Jesús, mi Hijo y vuestro hermano?

Del evangelio de san Lucas:

En aquel tiempo, el ángel Gabriel fue enviado por Dios a una ciudad de Galilea llamada Nazaret, a una virgen desposada con un hombre llamado José, de la estirpe de David; la virgen se llamaba María,

El ángel, entrando en su presencia, dijo:«Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo.»

Ella se turbó ante estas palabras y se preguntaba qué saludo era aquél.

El ángel le dijo: «No temas, Maria, porque has encontrado gracia ante Dios, Concebirás en tu vientre y darás a luz un hijo, y le pondrás por nombre Jesús. Será grande, se llamará Hijo del Altísimo, el Señor Dios le dará el trono de David, su padre, reinará sobre la casa de Jacob para siempre, y su reino no tendrá fin.»

Y María dijo al ángel: «¿Cómo será eso, pues no conozco a varón?»

El ángel le contestó: «El Espíritu Santo vendrá sobre ti, y la fuerza del Altísimo te cubrirá con su sombra; por eso el Santo que va a nacer se llamará Hijo de Dios. Ahí tienes a tu pariente Isabel, que, a pesar de su vejez, ha concebido un hijo, y ya está de seis meses la que llamaban estéril, porque para Dios nada hay imposible.» María contestó: «Aquí está la esclava del Señor; hágase en mi según tu palabra. » Y la dejó el ángel. (1,26-38)

 

Purísima desde la noche de los tiempos

Cuando el Padre te contemplaba en sus adentros,
Ternura destilaban sus entrañas,
curando los desvaríos de su Pueblo.
 
Gota de rocío mañanero
que tiembla y, brilla
en medio del secarral de la historia,
prostituida multitud de veces
por el desamor de los hombres,
salvada siempre por quien te ama y nos ama.

Suave viento que, sin querer,
aventa el tamo de la historia,
desprendido del pecado,
y amontona el grano como un pequeño resto
del que tú, Purísima, tenías que nacer.

Purísima desde la noche de los tiempos,
nacida limpia en nuestra pequeña historia.
Trasparencia de verdad eterna
que hilas el día a día de los buenos,
haciendo de su corazón “casa del pan”.

Sin mácula, sin sombra,
cristal de luz que trasparenta el cielo
de quienes todavía peregrinamos en la tierra.