Del profeta Baruc 5, 1-9

Cuando cambió la suerte
de nuestro pueblo
nos parecía soñar.

Como cántaro de barro
golpeado
sufrimos la ruptura
más brutal.
Deportados unos
exiliados otros
algunos dejados
por inútiles
todos apegados
a un pasado
al que habían talado
la esperanza de futuro.

Arrancados de la Tierra
sin Hogar y sin Templo
éramos
nuestras propias sombras
hasta que  Baruc
nos trajo la palabra
de quien seguía
con nosotros
sin saberlo.

Nuestra situación
de abandono
era compartida por Él
a la espera
de que pudiéramos
caminar otra vez
por sus caminos.

Su palabra resonó
de nuevo
en nuestro corazón
como lo hiciera antaño
en el de nuestros padres
perdidos en Egipto.

Su invitación
a la locura de vivir
la realidad
de un mundo nuevo
nos parecía
el sueño delirante
de quien contempla
este mundo desde fuera y
no sabelo que se cuece
en sus adentros.

Locura de amor
vestidos de gracia
manto de justicia
diadema de gloria y
un nombre nuevo
que olvide
el oprobio vivido.
“Paz en la justicia”
“Gloria en la piedad”.

¿Qué más se podría esperar
si de nuevo otra vez
en la Tierra
la vida volvía a ser
la de antes?
Imposible
pensar más allá
de nosotros.
Imposible
esperar algo más.

Sin embargo
anunciaban los Cielos
una locura mayor.
Si de oriente y
de poniente
si del norte y
del sur
arriba un pueblo
sediento de humanidad
del cielo bajará
quien le transfunda
en su sangre
la misma vida de Dios
hecho carne
hecho hombre.