Del evangelio de san Mateo 14, 1-12

En aquel tiempo, fue Jesús a su ciudad y se puso a enseñar en la sinagoga. La gente decía admirada: “ ¿De dónde saca éste esa sabiduría y esos milagros?  No es el hijo del carpintero? ¿No  es su madre María, y sus hermanos Santiago, José, Simón y Judas? ¿No viven aquí todas sus hermanas? Entonces, ¿de dónde saca todo eso?”. Y aquello les resultaba escandaloso. Jesús les dijo: “Sólo en su tierra y en su casa desprecian a un profeta”. Y no hizo allí muchos milagros, porque les faltaba fe.

 

RESPUESTA  A LA PALABRA

“Vino a los suyos y no lo recibieron”.
Los más cercanos son quienes menos le conocen.
La razón de ello hay que buscarla
en que la actuación de Jesús
supera el hacer convencional de cualquier hombre.

El asombro que produce su enseñanza,
-¿De dónde saca éste esa sabiduría y esos milagros?-
se convierte en la pregunta fundamental
de todos nosotros.
¿Cuál es en realidad la identidad de éste hombre?.
Lo que sabemos de él por su familia y
lo que le vemos hacer,
no concuerda para nada.
¿De dónde le viene, pues, el poder que manifiesta?.
¿Qué fuerzas ocultas le capacitan?.

La incredulidad de los habitantes de Nazaret
les impide reconocer la verdad
que se encierra en Jesús.
Para ellos es escandaloso
que se haga pasar por el “Mesías esperado”.
Y para justificar ese escándalo,
si no es reconocido como el “Hijo de Dios”,
y los poderes que manifiesta son sobrehumanos,
entonces, deben proceder del Diablo.

La fe supone la aceptación total, sin discusión,
de la persona de Jesús.
No es propio de la fe aceptar a Jesús en parte.
Acoger a Jesús en aquellos aspectos
que no repugnan a la razón o
nos mueven por el interés que despiertan en nosotros.

También en nuestro tiempo es cuestionada su personalidad,
incluso por los que se llaman creyentes.
No es difícil encontrarnos con personas
que profesan una fe a la carta,
pues de aceptar de modo absoluto
su identidad de “Hijo de Dios”,
verían condicionadas sus vidas.