De la primera carta de san Juan 3,1-3
Queridos hermanos: Mirad qué amor nos ha tenido el Padre para llamarnos hijos de Dios, pues ¡lo somos! El mundo no nos conoce porque no le conoció a él. Queridos, ahora somos hijos de Dios y aún no se ha manifestado lo que seremos. Sabemos que, cuando él se manifieste, seremos semejantes a él, porque lo veremos tal cual es. Todo el que tiene esperanza en él, se purifica a sí mismo, como él es puro.
RESPUESTA A LA PALABRA
Celebra la Iglesia el día de Todos los Santos,
momento para dar gracias a Dios porque ha tenido a bien
compartir con los hombres lo más íntimo sí.
Dios, el tres veces santo,
nos capacita y nos hace santos como Él, por la gracia.
A pesar del pecado y todas sus sombras,
no hemos dejado de ser Imagen de Dios,
llamados a ser semejantes a Cristo.
Nacemos imagen de Dios y nos vamos haciendo,
por su gracia, semejantes a Jesús.
Aquí está la clave de la santidad:
Hacerse semejante a Cristo.
Ser por gracia, lo que Él es por naturaleza.
No es un disparate decir, que la humanidad entera
está en trance de ser divinizada por la “divina-humanidad” de Jesucristo.
¿Pero en qué consiste la santidad?
Lo primero que no debemos olvidar es que,
la llamada a la misma,
es universal y alcanza a todos los hombres,
con tal de que no se cierren a ella.
El camino para llegar no es otro que Jesucristo, Vida nuestra.
Los textos de hoy nos introducen en el misterio de la santidad.
En la carta de san Juan leemos:
“Queridos hermanos: Mirad qué amor nos ha tenido el Padre para llamarnos hijos de Dios, pues ¡lo somos!.”
La apostilla, ¡pues lo somos!, es muy importante tenerla en cuenta.
Puede que sintamos más o sintamos menos,
pensemos esto o aquello…,
lo importante es que “Somos hijos de Dios” en su Hijo y
por lo tanto, partícipes de su santidad.
Por esto, san Juan también dice:
“Sabemos que, cuando Él se manifieste, seremos semejantes a Él, porque lo veremos tal cual es”.
Lo que aún no se ha manifestado, se manifestará, y
para ello trabajamos por conseguir esa semejanza,
purificándonos y adquiriendo sus sentimientos de Hijo.
La santidad, sin dejar de ser un don de Dios,
también es respuesta libre y amorosa del hombre.
Por ello mismo, no es algo ajeno a la realidad concreta de cada uno.
Jesús nos exhorta a seguirlo, pero no violenta la voluntad de nadie.
Nos dice en el evangelio de san Juan:
”Si alguno me quiere servir, que me siga, y donde yo esté, allí estará también mi servidor. Si alguno me sirve, el Padre lo honrará” (Jn.12,26).
Este seguimiento supone un vivir expropiado.
Conlleva un morir a sí mismo,
aceptar el amor, crucificado muchas veces,
como forma de vida.
La experiencia de la Iglesia nos enseña
que toda forma de santidad es diferente,
pero ninguna está exenta de Cruz.
La santidad sobreviene de la entrega perseverante,
de manera que no podemos hablar de “santo por un día”,
sino de “amante-entregado-siempre”, a pesar de las luchas y
contradicciones de la vida.
La visión de san Juan de los cielos nuevos y de la tierra nueva,
nos presenta la realidad de quienes comparten la vida plena
con el Santo de los Santos
-
“Han perseverado en su entrega,
-
han pasado por la gran tribulación y
-
han lavado y blanqueado sus vestiduras con la sangre del Cordero»
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